sábado, 21 de septiembre de 2013

Capítulo 5

EL DUEÑO DE MI CAMA
Las cosas de Gabriel y Robert estuvieron empacadas en tiempo récord, divididas entre su viejo Toyota y mi reluciente Chevrolet Spark 2014 color verde. Había sido el regalo de graduación por parte de mi padre, que era dueño de unos cuantos concesionarios de autos.
Pude haber elegido cualquier auto de la amplia gama que ofrecía.
Pero los constantes comerciales en la televisión y su pegajosa canción, me habían cautivado por completo.
Tonto, lo sé.
Pero era fácil de manejar y era compacto.
Gabriel alzó una ceja y me miró burlesco.
—¿En enserio? —. Cuestionó dándole una condescendiente mirada a mi bebé, lo miré herida, nadie se metía con mi auto.
Le saqué la lengua infantilmente.
—Es mi bebé—advertí a la defensiva.
Sí, seguramente me parecía a él.
¡Pero HEY!
Él era peor que yo con su viejo Toyota.
Hablando de ello…
Hice una mueca al verlo.
—Ni una jodida palabra—se adelantó a decir él con esa fiera mirada.
Los hombre y sus coches…
Miré a Robert.
Era tan pequeño…tan…delicado…
—¿Te parece bien que lo lleve en mi coche? —. Pregunté a Gabriel.
Por un momento se tensó, como si creyera que su hijo no estaría a salvo estando a mi cuidado, y ver esa expresión en su cara me dolió demasiado.
Dolor.
Ahora me era tan común…tan familiar…como si fuera ese amigo molesto e hipócrita del que no te puedes deshacer por la costumbre de tenerlo a tu lado.
Debí de haber sido bastante obvia porque me dio su mirada de lastima y remordimiento.
—No es que no crea que…—se detuvo sin saber qué decir—. Simplemente me es difícil confiarle a alguien más lo más preciado en mi vida, no es personal.
Asentí.
Decepción me invadió pero lo intenté disimular lo mejor que pude con una sonrisa.
—Está bien—dije simplemente y le expliqué cómo llegar a mi departamento.
Por un momento se quedó parado viéndome como si quisiera decirme algo. Lo pensó claramente y se alejó a su coche, acomodando a Robert en su silla de viaje.
Me quedé parada observándolos.
Robert era aún pequeño, pero casi podía verlo sonreír comprendiendo lo que su padre hacía.
Su padre.
Finalmente, no podría haber imaginado a Gabriel siendo padre…no después de…
Me alejé de ese pensamiento sin querer entrar en el pasado.
Esa era una puerta que yo no podría abrir por un largo…largo tiempo.
—¿Nos vemos allí? —. Me preguntó acercándose lentamente.
Esa forma de caminar de él…
Era tan provocadora…
Muy típico de él…
Que parecía un Dios del sexo andante…
Sentí mis mejillas ruborizarse ante su ardiente mirada.
Oh sí…esa mirada podía recordarla a la perfección.
—Nos vemos allí—solté de repente, sin querer profundizar en ese anhelo que había entre los dos.
Le entregué unas copias de las llaves, por si llegaba antes que yo.
Huí a mi auto sintiendo su mirada quemarme.
Cerré rápidamente, tomando profundas respiraciones.
Tenerlo cerca me hacía recordar.
¡Pero yo no quería recordar!
¡No podía recordar!
Con los recuerdos buenos…venían los malos.
Comencé a tener taquicardias.
Mi respiración se aceleró.
¡No podía tener un ataque de pánico!
Miré el espejo retrovisor.
Gabriel estaba viéndome fijamente.
Encendí el carro y me apresuré a manejar, concentrándome en no chocar estúpidamente contra otro carro o contra un poste. No otra vez. Eso no era algo divertido de experimentar.
En tiempo récord estaba estacionada fuera de mi casa y corriendo directo al interior.
La señora Thompson estaba fuera de su departamento, me saludó y creo recordar darle un rápido asentimiento en señal de saludo. Verdaderamente no estaba segura de nada. Todo era confuso.
Un instante estaba corriendo hacia el departamento.
Al siguiente estaba encerrada en el baño, recargada en el lavabo con una cuchilla sostenida fuertemente en mi mano.
¿Qué estaba haciendo?
En tiempo récord regresé la cuchilla a su lugar, guardándola lejos de mi alcance.
Lo último que supe es que estaba tirada en el suelo sobre mis rodillas, intentando respirar uniformemente.
Debí de haber hecho algo mal, porque todo se volvió negro.
*****
La cabeza me dolía horrores.
Tenía un zumbido molesto en los oídos.
Algo acariciaba suavemente mi brazo.
Sentí algo sobre mi estómago.
Abrí los ojos lentamente.
Gabriel estaba sobre mí, mirándome directamente a los ojos mientras se acostaba lánguidamente en mi otro lado de la cama.
Robert estaba en el centro, en medio de los dos, volteándose sobre su estómago e intentando acercarse a mí.
Sonreí cuando sus manitas jalaron insistentemente mi camisa.
—Hola, pequeño—susurré acercando mi mano a su pequeña cabeza.
Unos balbuceos.
Me reí en voz alta.
Los bebés eran tan hermosos.
Siempre una bendición.
Su cabello era tan suave.
Lo cepillé con mis dedos para su completo deleite.
En cuestión de segundos sus ojos se cerraban contra su voluntad y se quedó dormido.
Gabriel lo recostó boca arriba.
—¿Estás bien? —. Me preguntó en voz baja preocupado.
Mi corazón se detuvo.
—Incluso en ello se parece a ti—evadí su pregunta y me referí al hecho de que Gabriel amaba quedarse dormido en mi cama mientras acariciaba su cabello tiernamente.
Él sonrió ante el recuerdo.
—Somos dos gotas de agua—confirmó dulcemente, mirando al pequeño con adoración.
 Su mirada se volvió seria en cuanto me volvió a presar atención.
—No creas que puedes evitar el tema, Emma, te encontré tirada en el suelo del baño, estabas desmayada—explicó con seriedad.
Lo miré dolida.
—Por favor, no ahora…—rogué en silencio.
Mis ojos suplicantes siempre funcionaban en él y me sentí culpable por usarlos en su contra en esa ocasión.
—Ahora no…pero más adelante—accedió.
Lo besé dulcemente en respuesta.
Allí estaba mi Gabriel, el Gabriel de antes.
Se apartó sorpresivamente, llevó a Robert a la cuna en la esquina de la habitación, fruncí el ceño, debí de haber quedado dormida por un considerable tiempo, tomando en cuenta que todas las cosas de ellos estaban allí, incluso la cuna armada.
Era una bonita escena.
Gabriel sacó sus zapatos de golpe y se lanzó a mi lado en la cama, atrayéndome hacia él en un protector abrazo. Amaba esos abrazos.
Besó mi frente.
—No sabes cuánto te amo, Emma—admitió dolorosamente.
Una lágrima se escapó de mis ojos.
—Yo también te amo, Gabe.
Nuestras miradas se encontraron, y por un instante, fuimos los de antes, los chicos que no tenían otra preocupación en la vida que tener sexo a todo momento en todo lugar y evitar ser descubiertos.
—Estaremos bien—susurró.
—Estaremos bien—confirmé y me recosté contra su pecho.
Hogar…dulce hogar.
—Mudaste tus cosas a mi habitación—comenté como si nada, secretamente feliz de que lo hubiera hecho.
Me dio esa mirada como si dijera: “Dónde demonios creías que iba a dormir si no era en tu cama”.
Y me sentí estúpida ante mi comentario.
—Nena, soy el jodido dueño de tu cama y lo que hay en ella—. Aseguró pasando sus manos por mis caderas.
Me reí.
—Eres el dueño—le concedí besándolo.
Nos quedamos dormidos estando en los brazos del otro.
El llanto de Robert me despertó.
Instintivamente me paré hacia él, levantándolo en mis brazos.
Me regresó la mirada con sus mejillas llenas de lágrimas y unos labios que hacían pucheros.
—¿Qué ocurre, pequeño? —. Le susurré meciéndolo.
Dejó de llorar.
—Tiene hambre—dijo Gabriel detrás de mí.
Salió de la recámara y regresó en tiempo récord con una mamila.
—¿Puedo? —. Le pregunté tímidamente.
Se sentó en el centro de la cama y me hizo señas para que me acercara a él. Lo hice. Me acomodó entre sus piernas, haciéndome que me recargara contra su pecho, me rodeó con sus brazos, ayudándome a sostener a Robert mientras le deba el biberón.
Gabe dejó pequeños besos en mi hombro y cuello, susurrando palabras obscenas.
Cuando Robert terminó su biberón, Gabriel me enseñó a sacarle el aire.
Sonreí mientras él regresaba al pequeño a su cuna.
Minutos después estábamos de regreso en la cama, ambos abrazados.
Por fin podríamos dormir.
Y entonces Robert comenzó a llorar otra vez.
Gabriel lo intentó hacer dormir…media hora después se rindió, acercó al pequeño a la cama, acostándolo en el centro y poniendo dos almohadas a sus lados.
Sí, Robert se calmó al instante y quedó dormido como un troco.
Ambos sacudimos la cabeza en señal de negación.
—Creo que hay un nuevo dueño de mi cama—susurré burlonamente mientras me acomodaba para dormir sin estar cerca de Robert para no molestarlo.
Un gruñido indignado se escuchó y dormí con una sonrisa en el rostro por lo infantil y celoso que podía ser Gabriel con lo que “era suyo”, según decía él refiriéndose a mí.

Esos dos eran exactamente iguales. 

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