EL DUEÑO DE MI
CAMA
Las
cosas de Gabriel y Robert estuvieron empacadas en tiempo récord, divididas
entre su viejo Toyota y mi reluciente Chevrolet Spark 2014 color verde. Había
sido el regalo de graduación por parte de mi padre, que era dueño de unos
cuantos concesionarios de autos.
Pude
haber elegido cualquier auto de la amplia gama que ofrecía.
Pero
los constantes comerciales en la televisión y su pegajosa canción, me habían
cautivado por completo.
Tonto,
lo sé.
Pero
era fácil de manejar y era compacto.
Gabriel
alzó una ceja y me miró burlesco.
—¿En
enserio? —. Cuestionó dándole una condescendiente mirada a mi bebé, lo miré
herida, nadie se metía con mi auto.
Le
saqué la lengua infantilmente.
—Es
mi bebé—advertí a la defensiva.
Sí,
seguramente me parecía a él.
¡Pero
HEY!
Él
era peor que yo con su viejo Toyota.
Hablando
de ello…
Hice
una mueca al verlo.
—Ni
una jodida palabra—se adelantó a decir él con esa fiera mirada.
Los
hombre y sus coches…
Miré
a Robert.
Era
tan pequeño…tan…delicado…
—¿Te
parece bien que lo lleve en mi coche? —. Pregunté a Gabriel.
Por
un momento se tensó, como si creyera que su hijo no estaría a salvo estando a
mi cuidado, y ver esa expresión en su cara me dolió demasiado.
Dolor.
Ahora
me era tan común…tan familiar…como si fuera ese amigo molesto e hipócrita del
que no te puedes deshacer por la costumbre de tenerlo a tu lado.
Debí
de haber sido bastante obvia porque me dio su mirada de lastima y
remordimiento.
—No
es que no crea que…—se detuvo sin saber qué decir—. Simplemente me es difícil
confiarle a alguien más lo más preciado en mi vida, no es personal.
Asentí.
Decepción
me invadió pero lo intenté disimular lo mejor que pude con una sonrisa.
—Está
bien—dije simplemente y le expliqué cómo llegar a mi departamento.
Por
un momento se quedó parado viéndome como si quisiera decirme algo. Lo pensó
claramente y se alejó a su coche, acomodando a Robert en su silla de viaje.
Me
quedé parada observándolos.
Robert
era aún pequeño, pero casi podía verlo sonreír comprendiendo lo que su padre
hacía.
Su
padre.
Finalmente,
no podría haber imaginado a Gabriel siendo padre…no después de…
Me
alejé de ese pensamiento sin querer entrar en el pasado.
Esa
era una puerta que yo no podría abrir por un largo…largo tiempo.
—¿Nos
vemos allí? —. Me preguntó acercándose lentamente.
Esa
forma de caminar de él…
Era
tan provocadora…
Muy
típico de él…
Que
parecía un Dios del sexo andante…
Sentí
mis mejillas ruborizarse ante su ardiente mirada.
Oh
sí…esa mirada podía recordarla a la perfección.
—Nos
vemos allí—solté de repente, sin querer profundizar en ese anhelo que había
entre los dos.
Le
entregué unas copias de las llaves, por si llegaba antes que yo.
Huí a mi auto sintiendo su mirada quemarme.
Cerré
rápidamente, tomando profundas respiraciones.
Tenerlo
cerca me hacía recordar.
¡Pero
yo no quería recordar!
¡No
podía recordar!
Con
los recuerdos buenos…venían los malos.
Comencé
a tener taquicardias.
Mi
respiración se aceleró.
¡No
podía tener un ataque de pánico!
Miré
el espejo retrovisor.
Gabriel
estaba viéndome fijamente.
Encendí
el carro y me apresuré a manejar, concentrándome en no chocar estúpidamente
contra otro carro o contra un poste. No otra vez. Eso no era algo divertido de
experimentar.
En
tiempo récord estaba estacionada fuera de mi casa y corriendo directo al
interior.
La
señora Thompson estaba fuera de su departamento, me saludó y creo recordar
darle un rápido asentimiento en señal de saludo. Verdaderamente no estaba
segura de nada. Todo era confuso.
Un
instante estaba corriendo hacia el departamento.
Al
siguiente estaba encerrada en el baño, recargada en el lavabo con una cuchilla
sostenida fuertemente en mi mano.
¿Qué
estaba haciendo?
En
tiempo récord regresé la cuchilla a su lugar, guardándola lejos de mi alcance.
Lo
último que supe es que estaba tirada en el suelo sobre mis rodillas, intentando
respirar uniformemente.
Debí
de haber hecho algo mal, porque todo se volvió negro.
*****
La
cabeza me dolía horrores.
Tenía
un zumbido molesto en los oídos.
Algo
acariciaba suavemente mi brazo.
Sentí
algo sobre mi estómago.
Abrí
los ojos lentamente.
Gabriel
estaba sobre mí, mirándome directamente a los ojos mientras se acostaba
lánguidamente en mi otro lado de la cama.
Robert
estaba en el centro, en medio de los dos, volteándose sobre su estómago e
intentando acercarse a mí.
Sonreí
cuando sus manitas jalaron insistentemente mi camisa.
—Hola,
pequeño—susurré acercando mi mano a su pequeña cabeza.
Unos
balbuceos.
Me
reí en voz alta.
Los
bebés eran tan hermosos.
Siempre
una bendición.
Su
cabello era tan suave.
Lo
cepillé con mis dedos para su completo deleite.
En
cuestión de segundos sus ojos se cerraban contra su voluntad y se quedó
dormido.
Gabriel
lo recostó boca arriba.
—¿Estás
bien? —. Me preguntó en voz baja preocupado.
Mi
corazón se detuvo.
—Incluso
en ello se parece a ti—evadí su pregunta y me referí al hecho de que Gabriel
amaba quedarse dormido en mi cama mientras acariciaba su cabello tiernamente.
Él
sonrió ante el recuerdo.
—Somos
dos gotas de agua—confirmó dulcemente, mirando al pequeño con adoración.
Su mirada se volvió seria en cuanto me volvió
a presar atención.
—No
creas que puedes evitar el tema, Emma, te encontré tirada en el suelo del baño,
estabas desmayada—explicó con seriedad.
Lo
miré dolida.
—Por
favor, no ahora…—rogué en silencio.
Mis
ojos suplicantes siempre funcionaban en él y me sentí culpable por usarlos en
su contra en esa ocasión.
—Ahora
no…pero más adelante—accedió.
Lo
besé dulcemente en respuesta.
Allí
estaba mi Gabriel, el Gabriel de antes.
Se
apartó sorpresivamente, llevó a Robert a la cuna en la esquina de la
habitación, fruncí el ceño, debí de haber quedado dormida por un considerable
tiempo, tomando en cuenta que todas las cosas de ellos estaban allí, incluso la
cuna armada.
Era
una bonita escena.
Gabriel
sacó sus zapatos de golpe y se lanzó a mi lado en la cama, atrayéndome hacia él
en un protector abrazo. Amaba esos abrazos.
Besó
mi frente.
—No
sabes cuánto te amo, Emma—admitió dolorosamente.
Una
lágrima se escapó de mis ojos.
—Yo
también te amo, Gabe.
Nuestras
miradas se encontraron, y por un instante, fuimos los de antes, los chicos que
no tenían otra preocupación en la vida que tener sexo a todo momento en todo
lugar y evitar ser descubiertos.
—Estaremos
bien—susurró.
—Estaremos
bien—confirmé y me recosté contra su pecho.
Hogar…dulce
hogar.
—Mudaste
tus cosas a mi habitación—comenté como si nada, secretamente feliz de que lo
hubiera hecho.
Me
dio esa mirada como si dijera: “Dónde demonios creías que iba a dormir si no
era en tu cama”.
Y
me sentí estúpida ante mi comentario.
—Nena,
soy el jodido dueño de tu cama y lo que hay en ella—. Aseguró pasando sus manos
por mis caderas.
Me
reí.
—Eres
el dueño—le concedí besándolo.
Nos
quedamos dormidos estando en los brazos del otro.
El
llanto de Robert me despertó.
Instintivamente
me paré hacia él, levantándolo en mis brazos.
Me
regresó la mirada con sus mejillas llenas de lágrimas y unos labios que hacían
pucheros.
—¿Qué
ocurre, pequeño? —. Le susurré meciéndolo.
Dejó
de llorar.
—Tiene
hambre—dijo Gabriel detrás de mí.
Salió
de la recámara y regresó en tiempo récord con una mamila.
—¿Puedo?
—. Le pregunté tímidamente.
Se
sentó en el centro de la cama y me hizo señas para que me acercara a él. Lo
hice. Me acomodó entre sus piernas, haciéndome que me recargara contra su
pecho, me rodeó con sus brazos, ayudándome a sostener a Robert mientras le deba
el biberón.
Gabe
dejó pequeños besos en mi hombro y cuello, susurrando palabras obscenas.
Cuando
Robert terminó su biberón, Gabriel me enseñó a sacarle el aire.
Sonreí
mientras él regresaba al pequeño a su cuna.
Minutos
después estábamos de regreso en la cama, ambos abrazados.
Por
fin podríamos dormir.
Y
entonces Robert comenzó a llorar otra vez.
Gabriel
lo intentó hacer dormir…media hora después se rindió, acercó al pequeño a la
cama, acostándolo en el centro y poniendo dos almohadas a sus lados.
Sí,
Robert se calmó al instante y quedó dormido como un troco.
Ambos
sacudimos la cabeza en señal de negación.
—Creo
que hay un nuevo dueño de mi cama—susurré burlonamente mientras me acomodaba
para dormir sin estar cerca de Robert para no molestarlo.
Un
gruñido indignado se escuchó y dormí con una sonrisa en el rostro por lo
infantil y celoso que podía ser Gabriel con lo que “era suyo”, según decía él
refiriéndose a mí.
Esos
dos eran exactamente iguales.
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