COMO LA MIERDA
QUE ERES MÍA
10
minutos después, no quería salir del baño, en donde me había encerrado
cobardemente.
No
podía mirar a Gabriel a la cara.
Tomé
aire profundamente y lo retuve por unos segundos.
Soplé
lentamente intentando tranquilizarme.
Ejercicios
de respiración.
Desde
hace un año había aprendido a hacerlos.
Tuve
que hacerlo después de casi desmayarme durante un ataque de pánico.
“Estás
tan jodida” no lograba apartar las palabras de Gabriel de mi mente.
Antes
de acobardarme erguí la espalda y salí valientemente con la frente en alto en
dirección a la sala.
Sí,
ese jodido departamento estaba como la mierda de destruido, seguramente por
algunos universitarios que vivieron allí en el pasado.
—¿Estás
bien? —. Preguntó un tanto preocupado.
Asentí.
No
podía hablar.
Tenía
a Robert en brazos, lo estaba meciendo distraídamente mientras el pequeño
intentaba girar su pequeña cabecita en mi dirección.
El
aire se volvió tenso.
—No
es un lugar adecuado para un pequeño—. Comenté en voz baja.
Seguía
a la espera de algo, ¿Qué? No lo sabía.
Él
miró alrededor de la sala, como si por primera vez pudiera darse cuenta de la
humedad que se filtraba en las paredes.
—Lo
sé—. Contestó haciendo una mueca y apretando a Robert contra él, como si eso
pudiera protegerlo de cualquier cosa.
La
imagen de ellos dos…así de juntos…
Hacía
que mi corazón se detuviera cada vez que los veía.
—Tengo
espacio libre en mi departamento, no es tan grande pero…mi compañera se mudó
recientemente…eso me deja sola…si quieres…ya sabes, puedes convertirte en mi
compañero de piso—expuse torpemente.
“Genial,
Emma…perfecto” me dije enojada a mí misma.
Nada
peor que hablar torpemente frente a él, no quería hacerme ver…frágil.
Lo
vi dudar.
Sabía,
por los años de experiencia, que él lo pensaría por dos segundos y después
rechazaría la idea.
—No
estarías obligado a nada conmigo, independientemente de que seamos compañeros
de departamento—me apresuré a decir.
Su
dura mirada se posó en mí.
Se
acercó lentamente, amenazadoramente…estaba cazándome.
Maldita
sea, lo conocía bastante bien.
Su
mano salió dirigida a mi mentón, apretando suavemente pero con firmeza para que
no pudiera apartar la vista de él.
—Nena,
maldita sea, como la mierda que eres mía, ni por un jodido segundo pienses lo
contrario…porque esta vez, no te largarás cuando quieras…te daré un infierno de
pelea antes que volver a perderte ahora que estás otra vez conmigo—afirmó
Gabriel fieramente antes de besarme con su usual salvajismo.
Hombre
controlador.
Siempre
buscando tener el control de la situación.
Siempre
teniendo la última palabra.
Lo
había extrañado demasiado.
Sonreí
tímidamente cuando Robert se interpuso entre los dos queriendo obtener la
completa atención. Era tan tierno. Era un pequeño Gabriel.
Sí,
jodidamente era su pequeña copia.
Él
lo miró con adoración mientras le hacía caras graciosas que lo hacían “sonreír”
y gorjear.
Era
un niño muy activo, hijo del padre tenía que ser.
Me
miró seriamente, tensando los brazos que sostenían a Robert contra su pecho.
—Aunque
eres jodidamente mía, antes que nada…Robert es carne de mi carne, y él va
primero…somos un paquete. Te quedas o te largas como hiciste cuando mi madre
estaba enferma—gruñó con voz de piedra.
Pude
adivinar por su mirada cínica que estaba firmemente seguro que saldría por la
puerta como alma que lleva al diablo.
Dolió
saber el concepto que tenía de mí.
Me
acerqué lentamente a él.
Uní
mis labios a los suyos con delicadeza, con temor a ser rechazada.
Gabriel
estaba completamente quieto.
—Robert
es una parte de ti, ¿Cómo no podría amarlo también? —. Pregunté acariciando el
cabello de Robert.
El
pequeño dirigió su atención a mí.
Frunció
su pequeña carita mirándome con atención. Al menos eso creía yo.
Ni
Gabriel ni yo nos movimos.
Sí,
era casi como si el pequeño estuviera pensando su veredicto.
Lo
repetía, era tan malditamente hermoso.
Solo
de pensar en el pasado, lo que podría haber sido…quería llorar, con mis dedos
acaricié distraídamente la piel debajo de las gruesas pulseras que usaba
siempre, pulseras que ocultaban feas y crudas cicatrices de recuerdo de un
dolor insoportable.
Un
sonido.
Una
sonrisa.
Unos
bracitos extendidos.
Y
mi corazón comenzó a sanar un poco.
Robert
se removió de los brazos de su padre hasta que él lo cedió a los míos. Volví a
acunarlo contra mi pecho, sosteniendo su pequeña cabecita. Él se recostó sobre
mi hombro, babeando mi piel.
Y
era lo mejor que me había pasado nunca.
Besé
su coronilla.
Sería
imposible no amar a Robert, no solo porque fuera una parte de Gabriel, sino
porque el pequeño tenía tal carisma que robaba el corazón de la gente con solo
una mirada.
Y
aunque mi corazón ya estaba tomado por Gabriel, Robert, sin mucho esfuerzo
también me lo robó, dejándome a merced de mis sentimientos por ellos.
—Por
favor, cree en mí—. Le supliqué en voz baja a Gabriel.
Me
miró.
Lo
pensó por unos segundos.
Asintió.
Y
fue como si pudiera volver a respirar, cosa que no había hecho en un largo año
de oscuridad y mierda.
—Podemos
intentarlo—accedió besándome cuidadosamente mientras Robert empujaba con sus
brazos para crear distancia.
Reímos
fuertemente.
—Creo
que el pequeño ya te pidió para él—comentó Gabriel divertido mientras revolvía suavemente
el cabello de su hijo—. Vamos, campeón, tienes que compartir.
Robert
hizo una especie de sonido y lo ignoró, volviendo a concentrarse en babear mi
hombro.
Sí,
unos segundos y el pequeño me había robado definitivamente el corazón.
No
me importaba que él no fuera fruto de mi vientre.
Era
un niño especial…si Gabriel me daba la oportunidad, quería formar parte de la
vida de ellos.
—Ya
no soy sólo yo, Emma…si planeas repetir tu acción anterior, te lo repito, vete
antes de que yo no sea nuevamente el único lastimado—. Repitió con voz seria.
Lo
miré tratando de poner sinceridad en la mirada.
Quería
que él creyera en mí.
Pero
había destruido su confianza, y solo me quedaba recuperarla con acciones.
—No
voy a irme—. Afirmé segura de mi decisión.
Él
asintió con la cabeza.
—Entonces,
creo que seremos compañeros de departamento—. Comentó como si nada, dándose la vuelta para empacar las pocas
cosas que había sacado de sus cajas.
Sí,
no podía creerlo.
Aún
había esperanza para nuestro amor, y
lucharía para volver a ser la de antes, aquella chica que su único objetivo era
ser feliz con el amor de su vida.
Sólo
que ya no sería únicamente feliz con Gabriel, también estaba Robert, por quien
daría todo por su bienestar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario