sábado, 21 de septiembre de 2013

Capítulo 3

CASTÍGAME…PERO NO ME DEJES
Gabriel y yo nos miramos fijamente.
Quería decirle que lo sentía.
Sabía lo que era perder alguien a quien amabas.
Pero de mi boca no salía ninguna palabra.
Lo miré con ojos llorosos.
Dios.
Él había perdido una madre.
Y me sentía como si también lo hubiera echo.
De alguna manera así era, ella fue una segunda madre para mí, y había muerto.
Sabía que ocurriría, es por eso que huí, no podía soportar esa pérdida. No podía vivir esa pérdida.
—Lo siento—dije en voz baja.
Su mandíbula se apretó y me ignoró.
No me perdonaba por dejarlo.
Yo no me había perdonado aún por nada de lo que había ocurrido el año pasado.
—¿Qué haces aquí? —. Cambió de tema sentándose en el viejo sillón de la diminuta sala.
El departamento era un desastre cayéndose a pedazos.
No era adecuado para un bebé.
—Iba de visita al departamento de una amiga.
Me miró.
Pensaba que visitaría algún hombre.
“Gabriel, solo soy tuya y de nadie más” quería decirle.
Me callé.
Deseaba tanto recuperarlo.
Teníamos tantas cosas pendientes.
Explicaciones pendientes.
Y viéndolo me decidí, me ganaría su amor nuevamente, obtendría su corazón de regreso…quería a mi hombre de regreso en mi vida…en mi casa…en mi cama…
Lo quería a todo él.
Lo quería tan jodidamente demasiado que dolía.
Su mirada se oscureció.
Sabía lo que venía.
Y no podía dejar de desearlo.
Se acercó amenazadoramente a mí.
Arrebató a Robert de mis brazos con cuidado y lo dejó en la carriola, con un muñeco que llamó su atención por completo.
Empujándome al sofá casi duramente, sintiendo los duros resortes clavarse sobre mi piel.
Un segundo después allí estaba Gabriel sobre mí.
Subiendo rudamente mi vestido hasta la cintura y dejando expuestas mis bragas.
—Estás tan malditamente jodida—afirmó antes de besarme rudamente.
Sentí las lágrimas brotar por mis ojos y deslizarse por mis cienes hasta perderse en mi cabello.
Él no sabía cuanta verdad tenían sus palabras.
Yo estaba jodida…
Y a veces creía que lo estaba más allá de la salvación.
Solo lo tenía a él.
Gabriel era lo único bueno que quedaba de mi antigua vida…de mi vida de hace un año.
Puede que él no quisiera escucharlo…y quizá yo no me atrevería a decirlo…pero este último año no había sido nada, sino un infierno. Un infierno personal. Un infierno que residía dentro de mí.
En menos de un parpadeo me encontraba tirada en el suelo, con las bragas en alguna parte de la sala y el vestido amontonado en mi cintura. Gabriel estaba allí, mordiendo dolorosamente mi cuello…mi hombro…mi pecho.
Lloriqueé en voz alta.
Dolía.
Por primera vez sentía que hacer el amor con Gabriel…dolía…y…me gustaba.
Sí, estaba tan jodida.
Sin que Gabriel lo supiera…tenerlo así…tan…castigador…era justamente lo que necesitaba.
Pero dolía como no tenías una idea, no solamente en el sentido físico, eso lo podía soportar, francamente habíamos hecho cosas indescriptibles a lo largo de los años. Pero me dolía el alma…si es que eso tenía algún sentido.
Mi ser, mi esencia…estaba rota.
Abracé fuertemente a Gabriel.
Lo amaba tanto. Lo quería. Lo adoraba.
ÉL ERA MI TODO.
No sé qué esperar, no sé si pido demasiado.
Y sé que no lo merezco.
Pero lo quería de regreso.
Estaba siendo egoísta, lo sabía.
—No sabes cuánto te odio en estos momentos—. Escupió secamente Gabriel mientras bajaba su cremallera y se enterraba profundamente en mí.
Hice una mueca.
Dolía.
Maldita sea.
No sabía si alguna vez podría volver a tener sexo sin este dolor que me consumía…o el remordimiento.
No estaba lista para él.
Y ambos lo sabíamos.
Pero eso no lo detuvo de seguir empujando una y otra vez contra mí.
Me miró con arrepentimiento y dolor.
Sabía que se estaba castigando mentalmente a sí mismo por tomarme sin estar preparada. Él era así, siempre lo había sido, siempre preocupándose por mí, buscando mi comodidad.
Esta vez era diferente.
Era la primera vez que no le importaba o hacía algo para hacerme sentir cómoda y segura.
Yo no lo merecía, no todavía.
Fue con ese pensamiento que con una mueca de dolor rodeé sus caderas con mis piernas cuando estaba a punto de alejarse. Obligándolo a seguir dentro de mí.
Confundido, él estaba confundido por mi actitud.
Seguí llorando silenciosamente, por él y por mí…por su mamá…y por nuestra jodida relación que yo había destruido.
—No pares—susurré mirándolo fijamente.
Me regresó la mirada.
Aumentó el ritmo de sus embestidas.
Apretó mis caderas con sus manos tan fuertemente que estaba segura que dejaría impresas sus huellas en unos horrendos moretones.
Yo quería esos moretones.
Saber que estarían allí por unos días me hacía sentir…perdonada…absuelta…castigada.
—Te odio—. Susurró quedándose quieto mientras eyaculaba dentro de mí.
—Me odio también—respondí besándolo suavemente.
Una parte del Gabriel que conocía, del verdadero y no este jodido clon de él, seguía allí, en algún lugar de él, porque sus pulgares secaron mis lágrimas delicadamente con una mirada de dolor…a él nunca le había gustado verme sufrir.
Y a pesar de que yo lo había lastimado más de lo que alguna vez podría hacerlo…allí estaba él, dándome consuelo y sosteniéndome mientras lloraba con fuertes sollozos.
—Todo estará bien…de alguna manera estaremos bien—decía una y otra vez mientras me abrazaba contra su pecho, con él todavía esperando dentro de mí cuerpo.
Ambos unidos tan íntimamente como era posible.
Él sosteniéndome a pesar de lo mal que lo había tratado.
Yo aferrándome a él sin importar lo egoísta que era.
Era un pequeño paso.
Si ese paso era en la dirección correcta o no, no lo sabía, pero como un infierno que seguiría caminando firmemente sin importarme nada.
—¿Gabriel? —. Pregunté en voz baja.
Dirigió su mirada hacia mí.
Todo el dolor…odio…amor y esperanza…estaban allí, en sus ojos.
—Castígame pero no me dejes, por favor—respondí con una súplica.
Segundos pasaron.
Un infierno de segundos martirizantes pasaron.
Solo estábamos él y yo.
Y nuestro amor roto.
—No lo haré—afirmó él besándome suavemente—. No te dejaré, lo prometí hace años…y yo sí cumplo mis promesas.
Dolor.
Una puñalada directa al corazón.
La tenía bien merecida.
—Lo sé—dije sin evitar su mirada recriminadora.
—Pero eso no quiere decir que no te haré pagar todo el dolor que me causaste a mí y a mi madre, que en paz descanse—. Añadió saliéndose de mí y caminando hacia el baño para limpiarse, dejándome allí en el suelo, dolorida y rota por dentro.

Y eso estuvo bien, porque aceptaría lo que él quisiera darme, lo aceptaría sin rechistar…porque haría todo para que el rencor desapareciera de él y de mí…hasta que solo quedara lo que alguna vez hubo entre nosotros.

No hay comentarios:

Publicar un comentario