CASTÍGAME…PERO
NO ME DEJES
Gabriel y yo nos miramos fijamente.
Quería decirle que lo sentía.
Sabía lo que era perder alguien a quien amabas.
Pero de mi boca no salía ninguna palabra.
Lo miré con ojos llorosos.
Dios.
Él había perdido una madre.
Y me sentía como si también lo hubiera echo.
De alguna manera así era, ella fue una segunda
madre para mí, y había muerto.
Sabía que ocurriría, es por eso que huí, no podía
soportar esa pérdida. No podía vivir esa pérdida.
—Lo
siento—dije en voz baja.
Su
mandíbula se apretó y me ignoró.
No
me perdonaba por dejarlo.
Yo
no me había perdonado aún por nada de lo que había ocurrido el año pasado.
—¿Qué
haces aquí? —. Cambió de tema sentándose en el viejo sillón de la diminuta
sala.
El
departamento era un desastre cayéndose a pedazos.
No
era adecuado para un bebé.
—Iba
de visita al departamento de una amiga.
Me
miró.
Pensaba
que visitaría algún hombre.
“Gabriel,
solo soy tuya y de nadie más” quería decirle.
Me
callé.
Deseaba
tanto recuperarlo.
Teníamos
tantas cosas pendientes.
Explicaciones
pendientes.
Y
viéndolo me decidí, me ganaría su amor nuevamente, obtendría su corazón de
regreso…quería a mi hombre de regreso en mi vida…en mi casa…en mi cama…
Lo
quería a todo él.
Lo
quería tan jodidamente demasiado que dolía.
Su
mirada se oscureció.
Sabía
lo que venía.
Y
no podía dejar de desearlo.
Se
acercó amenazadoramente a mí.
Arrebató
a Robert de mis brazos con cuidado y lo dejó en la carriola, con un muñeco que
llamó su atención por completo.
Empujándome
al sofá casi duramente, sintiendo los duros resortes clavarse sobre mi piel.
Un
segundo después allí estaba Gabriel sobre mí.
Subiendo
rudamente mi vestido hasta la cintura y dejando expuestas mis bragas.
—Estás
tan malditamente jodida—afirmó antes de besarme rudamente.
Sentí
las lágrimas brotar por mis ojos y deslizarse por mis cienes hasta perderse en
mi cabello.
Él
no sabía cuanta verdad tenían sus palabras.
Yo
estaba jodida…
Y
a veces creía que lo estaba más allá de la salvación.
Solo
lo tenía a él.
Gabriel
era lo único bueno que quedaba de mi antigua vida…de mi vida de hace un año.
Puede
que él no quisiera escucharlo…y quizá yo no me atrevería a decirlo…pero este
último año no había sido nada, sino un infierno. Un infierno personal. Un infierno
que residía dentro de mí.
En
menos de un parpadeo me encontraba tirada en el suelo, con las bragas en alguna
parte de la sala y el vestido amontonado en mi cintura. Gabriel estaba allí,
mordiendo dolorosamente mi cuello…mi hombro…mi pecho.
Lloriqueé
en voz alta.
Dolía.
Por
primera vez sentía que hacer el amor con Gabriel…dolía…y…me gustaba.
Sí,
estaba tan jodida.
Sin
que Gabriel lo supiera…tenerlo así…tan…castigador…era justamente lo que
necesitaba.
Pero
dolía como no tenías una idea, no solamente en el sentido físico, eso lo podía
soportar, francamente habíamos hecho cosas indescriptibles a lo largo de los
años. Pero me dolía el alma…si es que eso tenía algún sentido.
Mi
ser, mi esencia…estaba rota.
Abracé
fuertemente a Gabriel.
Lo
amaba tanto. Lo quería. Lo adoraba.
ÉL
ERA MI TODO.
No
sé qué esperar, no sé si pido demasiado.
Y
sé que no lo merezco.
Pero
lo quería de regreso.
Estaba
siendo egoísta, lo sabía.
—No
sabes cuánto te odio en estos momentos—. Escupió secamente Gabriel mientras
bajaba su cremallera y se enterraba profundamente en mí.
Hice
una mueca.
Dolía.
Maldita
sea.
No
sabía si alguna vez podría volver a tener sexo sin este dolor que me consumía…o
el remordimiento.
No
estaba lista para él.
Y
ambos lo sabíamos.
Pero
eso no lo detuvo de seguir empujando una y otra vez contra mí.
Me
miró con arrepentimiento y dolor.
Sabía
que se estaba castigando mentalmente a sí mismo por tomarme sin estar
preparada. Él era así, siempre lo había sido, siempre preocupándose por mí,
buscando mi comodidad.
Esta
vez era diferente.
Era
la primera vez que no le importaba o hacía algo para hacerme sentir cómoda y
segura.
Yo
no lo merecía, no todavía.
Fue
con ese pensamiento que con una mueca de dolor rodeé sus caderas con mis
piernas cuando estaba a punto de alejarse. Obligándolo a seguir dentro de mí.
Confundido,
él estaba confundido por mi actitud.
Seguí
llorando silenciosamente, por él y por mí…por su mamá…y por nuestra jodida
relación que yo había destruido.
—No
pares—susurré mirándolo fijamente.
Me
regresó la mirada.
Aumentó
el ritmo de sus embestidas.
Apretó
mis caderas con sus manos tan fuertemente que estaba segura que dejaría
impresas sus huellas en unos horrendos moretones.
Yo
quería esos moretones.
Saber
que estarían allí por unos días me hacía sentir…perdonada…absuelta…castigada.
—Te
odio—. Susurró quedándose quieto mientras eyaculaba dentro de mí.
—Me
odio también—respondí besándolo suavemente.
Una
parte del Gabriel que conocía, del verdadero y no este jodido clon de él,
seguía allí, en algún lugar de él, porque sus pulgares secaron mis lágrimas
delicadamente con una mirada de dolor…a él nunca le había gustado verme sufrir.
Y
a pesar de que yo lo había lastimado más de lo que alguna vez podría
hacerlo…allí estaba él, dándome consuelo y sosteniéndome mientras lloraba con
fuertes sollozos.
—Todo
estará bien…de alguna manera estaremos bien—decía una y otra vez mientras me
abrazaba contra su pecho, con él todavía esperando dentro de mí cuerpo.
Ambos
unidos tan íntimamente como era posible.
Él
sosteniéndome a pesar de lo mal que lo había tratado.
Yo
aferrándome a él sin importar lo egoísta que era.
Era
un pequeño paso.
Si
ese paso era en la dirección correcta o no, no lo sabía, pero como un infierno
que seguiría caminando firmemente sin importarme nada.
—¿Gabriel?
—. Pregunté en voz baja.
Dirigió
su mirada hacia mí.
Todo
el dolor…odio…amor y esperanza…estaban allí, en sus ojos.
—Castígame
pero no me dejes, por favor—respondí con una súplica.
Segundos
pasaron.
Un
infierno de segundos martirizantes pasaron.
Solo
estábamos él y yo.
Y
nuestro amor roto.
—No
lo haré—afirmó él besándome suavemente—. No te dejaré, lo prometí hace años…y
yo sí cumplo mis promesas.
Dolor.
Una
puñalada directa al corazón.
La
tenía bien merecida.
—Lo
sé—dije sin evitar su mirada recriminadora.
—Pero
eso no quiere decir que no te haré pagar todo el dolor que me causaste a mí y a
mi madre, que en paz descanse—. Añadió saliéndose de mí y caminando hacia el baño
para limpiarse, dejándome allí en el suelo, dolorida y rota por dentro.
Y
eso estuvo bien, porque aceptaría lo que él quisiera darme, lo aceptaría sin
rechistar…porque haría todo para que el rencor desapareciera de él y de
mí…hasta que solo quedara lo que alguna vez hubo entre nosotros.
No hay comentarios:
Publicar un comentario