CARICIAS,
PAÑALES Y…MIERDA
Desde
hace un año que no dormía tan bien.
Ninguna
pesadilla me despertó y lo mejor de todo fue que lo primero que vi al abrir los
ojos fue a Gabriel roncando mientras babeaba ligeramente la almohada con su
boca abierta. Siempre lo había hecho. Roncar y babear. Lo peor de todo no era
eso, era que amaba que lo hiciera, amaba todos y cada uno de sus defectos.
Siempre lo había hecho. Siempre lo
haría.
Lo
segundo que vi fue a Robert durmiendo plácidamente.
Era
la mejor escena que podría alguna vez ver.
Era…increíble.
Me
sentía como en un sueño. Un sueño del que no quería despertar.
He
de admitir que no creí que estaría en esta situación.
Parte
de mí se había aferrado a la idea de que no merecía a Gabe. No lo merecía en
absoluto.
Había
sido lo suficientemente egoísta como para huir cuando él y su mamá me
necesitaban más que nunca. Había huido por el simple egoísmo de no querer vivir
otra pérdida.
Ahora…la
vida me había dado una cachetada en la cara al regresar a Gabe a mi vida con
nada más y nada menos que Robert a su lado. Me preguntaba muchas cosas. Pero no
tenía derecho alguno de preguntar respecto a ese tema.
Como
sea que Robert haya sido concebido, esperaría a que Gabe fuera el que escogiera
cuándo y qué compartir conmigo de ese tema.
Así
que…hasta entonces…los tenía para mí.
Sí,
había extrañado a este chico, no me culpen…él siempre ha sido, es y será el
único para mí.
Y
a pesar de todo…nada era igual. Las cosas habían cambiado irreversiblemente,
pero los sentimientos seguían allí y es lo que importaba
Incluso
en aquellos tiempos en los que peleábamos en el lodo yo sabía que lo quería.
Aun cuando él me jalaba el pelo para molestarme y me robaba mi comida, él
siempre había sido el único que quería.
—¿En qué piensas? —dijo
Gabriel sacándome de mis pensamientos.
Lo miré.
Sus ojos se entrecerraban
y con una mano se tallaba el rostro perezosamente, tratando de borrar los
restos de sueños.
—Siempre fuiste tú—respondí
honestamente.
Sus cejas se alzaron casi
hasta el nacimiento de su cabello.
—¿Yo qué?
—Quien quería, siempre has
sido tú al que he querido.
Me dio esa hermosa pequeña
sonrisa de suficiencia mientras se bajaba y caminaba a mi lado de la cama,
tratando de no hacer ruido.
—Jamás hubo oportunidad
para alguien más que yo—. Afirmó inclinándose sobre mí y rozando su nariz con
la mía.
—Lo sé—susurré en respuesta
atrayéndolo hacia mí.
Nos besamos por lo que
pareció mucho tiempo, él acariciándome mientras yo recorría su espalda con mis
manos.
—No quiero volver a sentir
que no me deseas—gruñó envolviendo mis piernas a su alrededor. Cooperé de buena
gana.
—Siempre te desearé, ayer
fue…fue…mejor olvidémoslo y empecemos de nuevo.
Él asintió a regañadientes
antes de rendirse a mis distracciones.
Antes de que las cosas se
pusieran interesantes…Robert comenzó a llorar tan fuerte que por un segundo
sospeché que algún vecino llamaría a la policía por el escándalo.
Gabriel suspiró frustrado
antes de pararse y dirigir toda su atención al pequeño. Quien lloraba y tenía
su cara roja.
—¿Qué tiene? —. Pregunté
espantada por no saber qué significaba su llanto.
—Mierda—dijo simplemente
antes de levantarse e ir por algunas cosas del bebé.
—¿Mierda? ¿Quieres decir “¡Mierda!”
como exclamación de sorpresa o…?
—Mierda de popó…excremento…ya
sabes—. Terminó por mí sosteniendo toallitas, talco y un pañal en sus manos.
Ugh.
Cambiar pañales.
Definitivamente moría por
verlo hacer eso.
—Oh no, no me des esa
mirada, me ayudarás—afirmó.
Y si bien parecía algo
sencillo de hacer…no lo era, cambiar un pañal por primera vez, era una
experiencia para recordad toda la vida, especialmente porque era inevitable
tener arcadas y que Gabe no se riera de mí por ello.
Después de nuestras
caricias, los pañales y la mierda…definitivamente mataba el romance del momento.
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