—¿Sabías que estás jodidamente
loco, Ross? —fue lo primero que dije a Stefano en cuanto volví a abrir los
ojos.
Él puso los ojos en blanco y se
encogió de hombros como si nada.
Estúpido italiano…sexi como el
infierno.
—Así que…mis suegros están
comiendo en la cafetería—dijo de repente alzando la vista de su celular.
Me atraganté un poco con mi
saliva…porque, RAYOS, esto estaba…avanzando muy rápidamente…y no sabía qué
hacer. Ese imbécil no debió de meter a mi familia en esto.
Yo no los quería meter en esto.
Stefano debía saberlo…y estaba
jugando sucio…estaba pulsando mis botones…para hacerme ceder.
Y joder si no lo haría.
José me había metido en este lío,
yo misma saldría de este lío. Yo no le haría a nadie lo que José me hizo a mí.
—¿Por qué haces esto? —pregunté a
Stefano.
Mis ojos ardían por la imperiosa
necesidad de llorar. No le daría el gusto.
Me aguanté como pude y no bajé la
mirada.
Si ya estaba metida hasta la
coronilla en la mierda…lo menos que podía hacer era resistir como fuera.
Sobreviviría, de una u otra
forma.
Ross, porque sonaba sexi y rudo
llamarle por su apellido, me miró sin mostrar ninguna emoción.
—Porque estoy tratando de salvar
tu maldito culo—respondió con esa voz autoritaria que no dejaba lugar a
réplicas. Lástima que yo no fuera buena escuchando las advertencias…de lo
contrario no estaría aquí.
—Pues no me ayudes tanto—respondí
con sarcasmo.
Si las miradas mataran…bueno,
digamos que él ya estaría libre de problema: o sea, de mí.
—No me mires así—me quejé.
Entrecerró los ojos como si
estuviera rezando a Dios que le diera paciencia para tratar conmigo. Finalmente
se levantó y se sentó a mi lado, se reclinó contra mí hasta quedar a un
centímetro de mi rostro.
Tragué saliva incómoda y
nerviosa.
—¿No recuerdas al hombre que
estaba también a mi lado, no es así? Bueno, él es mi tío, el jefe Ross…el
hombre más pervertido y cruel que podrías llegar a conocer… ¿Él? él ordenó
solucionar el problema que eres…si sabes lo que quiero decir… ¿Yo? Yo lo
detuve…lo detuve por lástima y compasión, así que comienza a ser menos perra y
más agradecida.
Pude sentir mi labio inferior
temblar.
¿Por qué esto me pasaba a mí?
Sí, si él tenía razón…estaba
manteniendo mi culo vivo…pero…joder…me estaba exigiendo demasiado.
Por otra parte, yo era una
molestia de la que él no tenía por qué tratar. Fácilmente pudo haberse dado la
vuelta y hacer oídos sordos a mi destino.
Pero no…él…él me salvó.
Por increíble que fuera…confiaba
en él…porque era mi única garantía de mantenerme viva.
—¿Qué tengo que hacer? —dije en
voz baja.
Me miró a los ojos,
buscando…algo.
Finalmente se detuvo…y respondió:
—Será más fácil si cortas todos los lazos familiares de raíz y con eficacia…ya
sabes, sería más seguro para ellos.
Su voz mostraba compasión.
Compasión que no necesitaba. A la
mierda con ese hijo de puta…si se trataba de mantener a mi familia a salvo,
bueno, sería fuerte y haría lo que tenía que hacer.
*****
—Haré lo que me dé la maldita
gana…no me importa lo que digan—finalicé.
Mi madre tenía los ojos abiertos
con sorpresa y decepción.
Oh, santo niño Jesús…esto era tan
difícil.
Era como ser descuartizada de
tajo.
Y la decepción en los ojos de mi
padre…era como ser quemada viva en una hoguera.
—Pero, hija…—comenzó a decir mi
madre.
La detuve con altanería.
—Soy mayor de edad…mi decisión
está tomada—insistí tercamente mientras un nudo se formaba en mi garganta—. No
hay nada que puedan decir o hacer para que cambie de opinión.
Mi padre apretó los labios en una
línea plana mientras fulminaba a Stefano con la mirada.
—Estás cometiendo un error—me
dijo volviendo a mirarme.
No…no era un error si los
mantenía alejados de la mierda en la que José me había metido.
—Es mi decisión.
Un silencio se formó en la
habitación.
—Por favor, sean felices por
mí—rogué no queriendo que la última impresión que ellos tuvieran de mí fuera
apartándolos de mi vida sin contemplaciones.
Quería que tuvieran un último
buen recuerdo de mí.
—Aun así cometes un error—susurró
mi mamá abrazándome.
—Tú, muchacho…vamos a
hablar—ordenó mi padre.
Antes de poder detenerlos ellos
salieron rápidamente.
DIOS.
¿Por qué esto me pasaba a mí?
Por el resto del día hablé con mi
mamá y mi padre. No había una forma correcta de hacer lo que tenía que hacer,
porque al final el resultado era el mismo: me largaba secuestrada por un
estúpido italiano con complejo de “héroe” y muy probablemente no regresaría. Ya
sabes, a menos que sea en un ataúd. Si es que tenía incluso esa suerte.
Cuando nuevamente quedé a solas
con Stefano, me negué a verlo, me negué a dejarle ver que estaba llorando.
Estaba sola.
—Mírame—pidió. Sí, claro, con un
carajo que le iba a obedecer.
Estaba harta, solo quería
regresar a mi antigua vida. Quería volver a ser la mocosa miedosa que había
sido antes de esto.
Pero bueno, el mundo no era una
máquina mágica de conceder deseos…así que, estaba atrapada. ATRAPADA CON UN SECUESTRADOR
JODIDAMENTE SEXI.
—Sol—insistió él.
¿Sol? ¿De verdad me estaba
llamando Sol? Oh, joder.
—Soledad—corregí con brusquedad.
Sol sonaba…bueno, lindo.
Pero yo era Soledad, y estaba
malditamente sola…así que el estúpido nombre completo se quedaba, así tuviera
que corregirlo hasta que se le grabara en su jodida cabeza.
“Oh, bien…respira lentamente y
contrólate” me ordené mentalmente.
—Sol—dijo Stefano muy lentamente,
estúpido—te prometo que nada malo te pasará. En serio.
Lo enfrenté.
—Creo que no eres capaz de meter
en tu estúpida cabeza que hay un maldito loco detrás de mí culo queriendo
matarme, o sea, tu loco y psicótico tío, así que no me digas que todo estará
bien, tú…jodido idiota.
Me miró fijamente esperando a que
acabara con mis gritos.
—Bueno, es tu puta decisión, si
quieres ser una perra amargada…que así sea, me vale un carajo hacerte la
situación más llevadera. Así que jódete.
Y volvió a sacar su celular y se
puso a escribir mensajes…ignorándome aun cuando en mi interior quería que insistiera.
Genial, estaba loca y era una maldita indecisa.
Estar muerta sería más sencillo.
Pero no…él…él me había…
¿Salvado? Si es que se le puede llamar así. Idiota. Era una idiota.
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