martes, 24 de septiembre de 2013

Capítulo 6

Dos semanas después

—¿Y ahora qué? —gruñí a Stefano mientras lo veía caminar hacia mí.
Había estado en mi casa desde que salí del hospital, en todo ese tiempo no había visto a Stefano.
Tenía la esperanza de que…bueno…unos extraterrestres lo hayan secuestrado…una bala lo haya alcanzado…la tierra se lo haya tragado…que quizá había vuelto a Italia y se había olvidado de mí…MIERDA, algo, lo que sea.
Pero no…eso sería tener demasiada suerte.
Stefano me dio esa enorme sonrisa engreída mientras caminaba hacia mí, con esa manera tan…exasperante y cautivante que tenía de moverse.
Por si te lo preguntabas…no había visto a José en ningún momento, secretamente esperaba que sí le hubieran disparado y que se encontrara a cinco metros bajo tierra en ese mismo momento.
Hey, no me culpen, era una mujer resentida y al contrario de muchas personas, yo sí guardaba rencor. Y era vengativa.
—Todo está listo—dijo el sexi italiano deteniéndose frente a mí.
Oh…bueno…dejando de lado que era un jodido secuestrador y mafioso…no estaba nada mal. Tenía este cuerpo musculoso, no exagerado pero sí ideal para que pareciera…natural.
Oh, bueno…ya saben. No parece un luchador pero si un hombre que trabaja su cuerpo para verse bien. Sexi.
—¿Listo para qué? —. Gruñí queriendo aventarle a la cabeza algún ladrillo y luego correr lejos de él.
No era buena idea, por supuesto…teniendo en cuenta que su pandilla y especialmente su tío vendrían tras mi trasero al segundo de hacerle un daño a su chico de oro.
Quizá podría ser un mero accidente…
Y aunque la idea era tentadora…no quería poner mi pellejo en peligro.
No me culpen…bien o mal quería vivir…ya sabes, el instinto de sobrevivencia nos hacía hacer locuras. Locuras que no esperábamos hasta ese instante en que nuestra vida estaba en riesgo y de repente la línea entre el bien y el mal no estaba clara, entonces todo era aceptable con tal de mantenernos relativamente a salvo.
—Para la boda—. Resopló haciéndome parecer una tonta. Idiota.
¿Aceptar casarme con ese…pedazo de sexi hombre maniático? Era mi locura.
Dios santo… ¡¿CASARME…CON…ÉL?!
Jodido Jesús…debía estar más loca de lo que pensaba. Claro estaba si consideraba la idea de casarme con él como algo…no tan repugnante.
¡Demándeme! Tenía ojos para apreciar a semejante psicópata sexi que me quería secuestrar legalmente a través de un matrimonio no-forzado a punta de pistola.
Tragué saliva porque honestamente, solo era una chica de  18 años que siempre había tenido miedo a la delincuencia y a todo lo que conlleva un tipo de violencia. Suponía que era cierto lo que dicen, malos pensamientos atraen malas vibras y malos momentos.
¿Yo? Al parecer había atraído una enorme bola de mierda, adornada con mafiosos locos.
Sin querer, mis ojos se llenaron de lágrimas, porque había perdido mi vida, había perdido mis sueños, había perdido mi familia… ¿Y qué había ganado a cambio? Un “marido” que se dedicaba a la mafia.
Buena broma del destino.
Unos brazos me rodearon sin darme cuenta.
—¿Por qué siquiera te importa que esté llorando, Ross? —. Gruñí contra su pecho, muy a mi pesar, sintiéndome un poco reconfortada porque al menos mi “no-secuestrado, sí-futuro-marido” tenía un poco de corazón.
Sus brazos me apretaron fuertemente, dejé escapar un quejido doloroso, pero él me ignoró. Bueno, retiraba lo dicho, quizá el italiano no era tan consiente del dolor de otras personas, o quizá lo ignoraba.
—Porque sí, porque no pienso dejar que te maten por una tontería de mi tío—. Susurró y me soltó.
—Está bien, gracias.
Stefano  me dio una especia de sonrisa ladeada que me puso nerviosa, después tomó mi mano y me acercó nuevamente a él: —Mientras estés conmigo, nadie puede hacerte daño.
Sí, claro, ¿Pero qué si no quería estar a su lado?
*****
¿Quién sabía que casarse era algo tan sencillo de hacer?
Todo el mundo habla sobre el miedo al matrimonio y a casarse, cuando la verdad es que era algo más sencillo que hacer, de lo que tardarías haciendo un trámite legal.
5 minutos o menos.
En cinco minutos como máximo, todo había quedado legalmente establecido, Stefano y yo éramos “marido y mujer” según las leyes. Todo había sido cuestión de entrar, escuchar lo que decía el juez, firmar y salir, y así como así era su “esposa” para bien y para mal (más para mal que para bien).
Lo difícil fue enfrentar el beso que me dio Stefano, con la indecisión de apartarme o pedirle que no dejara de besarme. ¿Estocolmo, dónde? 
Como sea, enfrentarme al beso no fue tan difícil, como lo fue escuchar todos los aullidos y vítores de felicitaciones que hacía toda su pandilla. Porque claro, sus compañeros mafiosos y familiares no podían perderse el momento. Y quizá ver la duda en los ojos de mis padres y la tristeza, lo hiZo casi imposible.
—Sonríe—. Gruñó Stefano al verme con los ojos llorosos.
Negué con la cabeza. Él quería un espectáculo, un espectáculo tendría.
Rodeé sus mejillas con mis manos y me puse de puntillas, uní nuestros labios, negándome a soltarlo. En un segundo todo pasó a segundo plano, todo menos el sentir los labios, cálidos e insistentes de Ross. Sus manos rodearon mi cintura, acercándome contra él, hasta el punto que podía sentir cada parte de su cuerpo.
Química.
Debía de ser cuestión de química la manera en que mi cuerpo reaccionaba al suyo, porque si fuera por decisión propia, jamás lo desearía. Asustada por enfrentar a la traición de mi cuerpo, lo alejé lo más rápidamente posible. Sentía que me faltaba el aire, y no podía quitar la sensación de pánico que me invadía.
Los ojos de Ross se endurecieron.
—Tenemos un vuelo que tomar—. Apuró a todo el mundo.
La corta despedida a mis padres fue dolorosa, de cierta manera sentía que era la última vez que los vería y yo solo quería…quería que fuera como si estuviera muerta. No quería que me extrañaran, no quería que sufrieran…por lo que me marché sin más. Sin promesas de comunicación, sin nada.
*****
El viaje en carro hacia el aeropuerto fue más lento de lo que esperé, o así me pareció. Antes de llegar, nos detuvimos en plena carretera, tomando un desvío hacia un terrero de sembradío.
—¿Qué?
—Un regalo de bodas—. Explicó Stefano.
Tragué saliva torpemente, eso no sonaba nada bien.
En cámara lenta vi lo sucedido, el auto se detuvo, frente a nosotros habían tres camionetas estacionada y un montón de hombres, nuestros invitados de la boda, estaban parados en un medio círculo, en el centro estaba…José.
Un hombre mayor, con pelo canoso y de aspecto flaco y huesudo, lo sostenía por el pelo, con un cuchillo presionado contra la garganta. Un pequeño hilo de sangre escurría desde el punto donde el metal cortaba y se perdía en su camisa.
Mis pies se detuvieron en medio camino.
—¿Qué está pasando? —. Susurré histérica a Stefano, quien sostenía mi mano firmemente, en un agarre de hierro.
Me obligó a mirarlo a los ojos, su aspecto era mortalmente serio: —Pase lo que pase, no hagas nada, no digas nada. ¿Entendido?
Creo que asentí, realmente no lo recuerdo.
—Nadie, absolutamente nadie hace daño a nuestra familia y sale indemne de ello—dijo el viejo señor Baricco, el tío de Stefano, antes de deslizar el cuchillo por la garganta de José, de lado a lado, un sonido de balbuceo salió de él y su cuerpo terminó en el suelo torpemente, la sangre se acumulaba bajo él y se expandía en un charco escarlata—. Bienvenida a la familia, Soledad.
Y por supuesto que capté el mensaje sarcástico de sus palabras.
No creo que pudiera olvidarlo jamás. 

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