viernes, 20 de septiembre de 2013

Capítulo 3

Alanna
Julio de 2003
Al dejar de ver a Tristán como un moco no deseado en mí nariz, en la escuela me fue más fácil ignorar el motivo por el que me sentía tan nerviosa no estando a su alrededor.
Un día él dijo que le gustaba mucho mi cabello rizado, por lo regular mi mamá lo peinaba haciéndome caireles en dos coletas, la verdad era que eso solo me hacía lucir más como una muñeca de porcelana.
Mi papá siempre decía que la razón por la que Alexa y las demás me molestaran tanto era por celos y envidia, porque su simple cabello lacio no llamaba la atención y al contrario de mí, el cabello rizado de color castaño claro, piel completamente clara, cara con facciones delicadas y mejillas sonrojadas y enormes ojos de color cafés, era imposible que yo no atrajera la atención de cualquier.
Ese día estábamos en plena comida, en compañía de Tristán, Franco y Vladimir, y yo estaba mirando esperanzadoramente a mi ogro gruñón, que era como llamaba a Tristán, esperando a que se diera cuenta de lo bonita que era, imaginando cómo sería de mayor.
Estaba atenta hasta que mi mamá comenzó con sus comentarios vergonzosos que entendía más que bien, a pesar de que ellos creyeran que no lo hacía así.
—Hicimos un muy buen trabajo, amor—había dicho mirando a mi papá con esos ojos que prometían acción después de que todos nos fuéramos a jugar. ¡Asco! No me pregunten cómo lo sabía…juro que necesitaba terapia psicológica por el resto de mi vida.
—Uno excelente, aunque en el segundo intento no creo que fallemos tanto, sin embargo—contestó en broma intentando molestarme poniéndome celosa.
—Muy gracioso, papá—respondí, dándole una mirada divertida y de no ser porque me conocía muy bien, creería que el comentario me dolería. Aunque solo fuera en broma.
—Sabes que bromeo, tú eres la princesa de la casa y el campeón que viene en camino será el príncipe.
—¿Por qué tengo que ser la princesa? El bebé, incluso Tristán, se vería mejor en un vestido y yo prefiero  ganar cualquier juego que implique causar daño a los demás—interrumpí indignada por el hecho de ser tratada como una “niñita”.
Sí, sé que soy una niña, pero no me gusta tener que quedarme haciendo cualquier cosa que implique muñecas y juegos de té o comida, prefiero el futbol o practicar cualquier deporte de lucha.
Por eso cuando mi hermanito naciera, porque había descubierto que mi mamá estaba embarazada, yo sería la que le enseñara al niño cómo pelear.
—Porque, amor…tú eres una princesa y no queremos que hagas nada que pueda causarte el mínimo daño. Aunque no te discuto el hecho de ver a Tristán en vestido.
Franco y Vladimir rieron a carcajadas prometiendo jamás olvidar el molestar a Tristán con vestidos que lucirían bien en él.
—Gracias por todo, princesa—Tristán me reprendió muy divertido, de manera que supe que no estaba enojado conmigo, pero sabía que yo me cobraría el hecho de ser llamada princesa. Odiaba que me dijera así. Así como él odiaba que lo llamara Ogro gruñón.
—Púdrete, Tristán—contesté.
—¿De dónde aprendiste ese vocabulario? —Preguntó mi mamá con los ojos completamente abiertos.
—De ellos tres, también he aprendido otras cosas, ¿Quieres que te diga cómo podría papá masturbarte? —Dije de la manera más inocente.
Tristán me pateo por debajo de la mesa y le lancé una mirada desdeñosa, sabía muy bien que era vengativa, aunque ahora él sabría que debía cerrar la puerta de su habitación cada vez que quisiera decir sus cosas privadas “de niños grandes” cuando yo estaba en su casa.
Mi papá enrojeció completamente y prometió tener una plática muy larga con Franco, Vladimir y Leo... y sus padres. Los tres me miraron fijamente y supe que sería el objetivo de la venganza que planearan. Ups.
—¿Sabe, señor? —Comenzó a decir Franco—. Llevo días pensando que quizá sería bueno para nuestra princesa que tome alguna actividad extracurricular, quizá el ballet sería bueno…muchas niñas adquieren gracia y elegancia y modales con ello.
A partir de esa plática tuve que tomar clases de ballet por tres semanas hasta que conseguí, por medio de monumentales berrinches, dejar de asistir.
Otra venganza de Tristán y sus amigos fue que no sé cómo rayos convencieron a mi mamá de cambiar mi guardarropa por algo más femenino. Gracias a ello ahora tenía unos horrorosos vestidos y faldas que según ella lucían bien en mí.

Desde entonces los cuatro nos hacemos increíbles bromas pesadas que van más allá de los límites, como la vez en que conseguí depilar las piernas de Vladimir, o la vez en que a Franco le pinté con rosas y arcoíris todas las portadas de sus libretas…o la vez en que hice que Tristán terminara con su primera “novia de chocolate” porque casualmente terminó cubierta de pintura. Aunque siendo honesta, eso lo hice por placer y no por hacerle una broma. 

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