Tristán
Septiembre de 2004
Dolor
de muelas.
Así
es como podía describir a Alanna.
Al
menos podía hacerlo bromeando, era un dolor de muelas deseado.
Me
gustaba molestarla.
Me
gustaba pasar tiempo con ella.
No
es que tuviera opción alguna, ella era la hija de los mejores amigos de mis
padres, además de mi vecina. Antes de nacer nuestro futuro ya estaba definido.
Podíamos
ser amigos o enemigos. En cierta forma creo que éramos ambos, todo dependía de
la situación. Pero funcionaba para ambos, eso creo.
La
pelota de futbol se estrelló contra mi estómago, sacándome el aire y tomándome
por sorpresa.
—¡Deja
de distraerte!
Su
cabello estaba despeinado y el lodo la cubría casi por completo.
Maldije
en mi mente mientras tomaba una profunda respiración.
—No
hacía falta que me golpearas con la pelota—me quejé.
Estábamos
en el patio de su casa, donde por una fuga de un rociador, gran parte del patio
se había cubierto de agua, y debido a nuestro juego, este se había convertido
en lodo.
Nuevamente,
tomándome por sorpresa, Alanna me golpeó en el pecho, esta vez con…lodo.
La
miré con incredulidad.
Esa
mocosa era más marimacha de lo que le gustaría admitir. Demonios, era más
marimacha de lo que yo quería admitir. Entonces, ¿Cómo podía seguir teniendo el
aspecto tan delicado y femenino de un ángel?
Fruncí
el ceño.
Mirándola
atentamente, el lodo cubría parte de su cara debido a que frotó su mano sucia en
ella. La parte limpia mostraba las pequeñas imperfecciones que recientemente
habían salido en su piel. Bueno, estoy siendo suave por cariño a ella…pero la
verdad, es que de la noche a la mañana había despertado llena de grandes
granos.
—¿Es
enserio, Tristán? —preguntó con los ojos llorosos al ver que miraba fijamente
sus mejillas, o más correctamente, sus granos.
Antes
de poder decir nada ella me gritaba el gran imbécil que era, alejándose con los
ojos llorosos.
En
un segundo de confusión me pregunté qué había hecho, pero al instante lo
comprendí. Comprendí que había malinterpretado mi mirada, sin darme cuenta
nunca lo que había más allá de su rudeza, de sus bromas pesadas, de su actitud
masculina, de su fortaleza…más allá de ello había algo más y yo había estado
ciego.
Creo
que hasta entonces la consideraba como una roca, mi roca.
Pero
ese instante de vacilación me hizo darme cuenta de lo que me negaba a ver, ella
tenía miedos e inseguridades.
Quería
creer que ella era todo lo que yo quería, quería seguir creyendo que era
perfecta. Cuán ciego estaba. Viéndola alejarse de mí con lágrimas en los ojos
por mi error, entendí que sí era perfecta, con sus miedos, con sus fortalezas y
con sus inseguridades, ella era perfecta.
Era
perfecta para mí.
—¡Alanna,
espera! —. Grité corriendo tras ella.
Negó
con la cabeza tratando de acelerar el paso y alejarse de mí.
Pero
olvidaba algo, yo siempre iba un paso delante de ella, yo era más rápido.
Tomándola
de un brazo la detuve. Ella me miró maldiciéndome silenciosamente.
Sí,
ese fuego en su mirada…
Era
perfecto.
Rodeé
mis brazos a su alrededor, ejerciendo fuerza cuando ella pataleó y se retorció
como un demonio enloquecido. Literalmente, un demonio enloquecido.
—Para,
Alanna, para de una vez—gruñí cuando me pateó en la espinilla, pero me negué a
dejarla ir.
—Eres
un idiota insensible—susurró con la voz más indefensa que había escuchado
alguna vez en ella.
Yo
lo había provocado…era mi culpa.
—Lo
siento, no quería malinterpretarme—le expliqué oprimiéndola contra mi pecho,
acercándola.
Sus
movimientos frenéticos se detuvieron de repente. Me miró con furia llameante.
Tragué
saliva en seco…ella era…hermosa.
Antes
de poder detenerme estrellé torpemente mis labios contra los de ella.
Ejerciendo presión y separándome de ella por un momento, volví a hacerlo,
presionando mis labios sobre los de ella. Lo seguía haciendo hasta que sentí
que estaba haciendo algo mal…algo faltaba…
Pero
era tan inexperto como ella…
Estaba
seguro de una cosa, yo había sido el primer beso verdadero de ella…y ella había
sido la primera chica a la que había besado realmente.
Sus
ojos me miraban confundidos, sus lágrimas corrían silenciosamente por sus
mejillas. Ella fue la primera en hablar.
—Me
robaste…me robaste mi primer beso.
Y
no me arrepentía.
—Lo
hice.
Silencio.
—No
es nada como parece en la televisión—susurró insegura.
Y
era cierto.
Unos
simples besos de piquito no eran suficientes, nunca lo serían. No con ella.
—Pero
sigue siendo igual de bueno—respondí con seguridad.
Pareció
como si lo estuviera pensando seriamente, la parte libre de lodo de su cara
mostrando que se sonrojaba furiosamente.
—Lo
sé…eso no quita que eres un ladrón—farfulló alejándose de mí en dirección a su
casa.
Negué
con la cabeza.
A
veces ella me sacaba de quicio.
—¿Tristán?
—. Gritó ella a lo lejos.
Alcé
una ceja en su dirección.
—Me
las pagarás.
Asentí,
estaba seguro que sufriría por mi atrevimiento.
—¡Sigues
siendo hermosa! —. Grité impulsivamente.
Ella
se detuvo de golpe.
Corrí
a su lado para regresar a mi casa, antes
de alejarme por completo le di una sonrisa maliciosa.
—Al
menos solo para mí, no puedo hablar en lugar de otros.
Me
alejé dejándola maldiciéndome como siempre hacía. Suspiré sintiéndome a gusto.
Nuestra relación amigo/enemigo era perfecta. No la cambiaría por nada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario