viernes, 20 de septiembre de 2013

Capitulo 4

Tristán
Septiembre de 2004
Dolor de muelas.
Así es como podía describir a Alanna.
Al menos podía hacerlo bromeando, era un dolor de muelas deseado.
Me gustaba molestarla.
Me gustaba pasar tiempo con ella.
No es que tuviera opción alguna, ella era la hija de los mejores amigos de mis padres, además de mi vecina. Antes de nacer nuestro futuro ya estaba definido.
Podíamos ser amigos o enemigos. En cierta forma creo que éramos ambos, todo dependía de la situación. Pero funcionaba para ambos, eso creo.
La pelota de futbol se estrelló contra mi estómago, sacándome el aire y tomándome por sorpresa.
—¡Deja de distraerte!
Su cabello estaba despeinado y el lodo la cubría casi por completo.
Maldije en mi mente mientras tomaba una profunda respiración.
—No hacía falta que me golpearas con la pelota—me quejé.
Estábamos en el patio de su casa, donde por una fuga de un rociador, gran parte del patio se había cubierto de agua, y debido a nuestro juego, este se había convertido en lodo.
Nuevamente, tomándome por sorpresa, Alanna me golpeó en el pecho, esta vez con…lodo.
La miré con incredulidad.
Esa mocosa era más marimacha de lo que le gustaría admitir. Demonios, era más marimacha de lo que yo quería admitir. Entonces, ¿Cómo podía seguir teniendo el aspecto tan delicado y femenino de un ángel?
Fruncí el ceño.
Mirándola atentamente, el lodo cubría parte de su cara debido a que frotó su mano sucia en ella. La parte limpia mostraba las pequeñas imperfecciones que recientemente habían salido en su piel. Bueno, estoy siendo suave por cariño a ella…pero la verdad, es que de la noche a la mañana había despertado llena de grandes granos.
—¿Es enserio, Tristán? —preguntó con los ojos llorosos al ver que miraba fijamente sus mejillas, o más correctamente, sus granos.
Antes de poder decir nada ella me gritaba el gran imbécil que era, alejándose con los ojos llorosos.
En un segundo de confusión me pregunté qué había hecho, pero al instante lo comprendí. Comprendí que había malinterpretado mi mirada, sin darme cuenta nunca lo que había más allá de su rudeza, de sus bromas pesadas, de su actitud masculina, de su fortaleza…más allá de ello había algo más y yo había estado ciego.
Creo que hasta entonces la consideraba como una roca, mi roca.
Pero ese instante de vacilación me hizo darme cuenta de lo que me negaba a ver, ella tenía miedos e inseguridades.
Quería creer que ella era todo lo que yo quería, quería seguir creyendo que era perfecta. Cuán ciego estaba. Viéndola alejarse de mí con lágrimas en los ojos por mi error, entendí que sí era perfecta, con sus miedos, con sus fortalezas y con sus inseguridades, ella era perfecta.
Era perfecta para mí.
—¡Alanna, espera! —. Grité corriendo tras ella.
Negó con la cabeza tratando de acelerar el paso y alejarse de mí.
Pero olvidaba algo, yo siempre iba un paso delante de ella, yo era más rápido.
Tomándola de un brazo la detuve. Ella me miró maldiciéndome silenciosamente.
Sí, ese fuego en su mirada…
Era perfecto.
Rodeé mis brazos a su alrededor, ejerciendo fuerza cuando ella pataleó y se retorció como un demonio enloquecido. Literalmente, un demonio enloquecido.
—Para, Alanna, para de una vez—gruñí cuando me pateó en la espinilla, pero me negué a dejarla ir.
—Eres un idiota insensible—susurró con la voz más indefensa que había escuchado alguna vez en ella.
Yo lo había provocado…era mi culpa.
—Lo siento, no quería malinterpretarme—le expliqué oprimiéndola contra mi pecho, acercándola.
Sus movimientos frenéticos se detuvieron de repente. Me miró con furia llameante.
Tragué saliva en seco…ella era…hermosa.
Antes de poder detenerme estrellé torpemente mis labios contra los de ella. Ejerciendo presión y separándome de ella por un momento, volví a hacerlo, presionando mis labios sobre los de ella. Lo seguía haciendo hasta que sentí que estaba haciendo algo mal…algo faltaba…
Pero era tan inexperto como ella…
Estaba seguro de una cosa, yo había sido el primer beso verdadero de ella…y ella había sido la primera chica a la que había besado realmente.
Sus ojos me miraban confundidos, sus lágrimas corrían silenciosamente por sus mejillas. Ella fue la primera en hablar.
—Me robaste…me robaste mi primer beso.
Y no me arrepentía.
—Lo hice.
Silencio.
—No es nada como parece en la televisión—susurró insegura.
Y era cierto.
Unos simples besos de piquito no eran suficientes, nunca lo serían. No con ella.
—Pero sigue siendo igual de bueno—respondí con seguridad.
Pareció como si lo estuviera pensando seriamente, la parte libre de lodo de su cara mostrando que se sonrojaba furiosamente.
—Lo sé…eso no quita que eres un ladrón—farfulló alejándose de mí en dirección a su casa.
Negué con la cabeza.
A veces ella me sacaba de quicio.
—¿Tristán? —. Gritó ella a lo lejos.
Alcé una ceja en su dirección.
—Me las pagarás.
Asentí, estaba seguro que sufriría por mi atrevimiento.
—¡Sigues siendo hermosa! —. Grité impulsivamente.
Ella se detuvo de golpe.
Corrí a su lado para regresar a mi  casa, antes de alejarme por completo le di una sonrisa maliciosa.
—Al menos solo para mí, no puedo hablar en lugar de otros.

Me alejé dejándola maldiciéndome como siempre hacía. Suspiré sintiéndome a gusto. Nuestra relación amigo/enemigo era perfecta. No la cambiaría por nada. 

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