Alanna
Mayo de 2001
Una semana después del beso
que le di a Vladimir mi mamá me despertó del sueño que tenía donde recordaba
todo lo ocurrido de aquel día, patético, lo sé. No tiene nada de memorable
haber puesto mis labios en sus mejillas, pero al parecer mi subconsciente no lo
entendía.
Ella decía que era tarde y
debía comenzar a ponerme el uniforme para asistir a la escuela. Odiaba la
escuela, que quede claro desde que aún era pequeña de edad, mi aversión al
colegio duraría años, quizá mí vida entera.
Cuando reuní el suficiente
valor como para salir de mi cuarto completamente arreglada para ir a la
escuela, lo único que me mantenía de pie y evitaba que fuera de regreso a mi
cama, era saber que vería a Tristán en la escuela. Lo que era estúpido, si lo
pensabas, porque lo veía todos los días en la tarde, incluido los fines de
semana, donde pasábamos juntos casi todo el día. ¿Qué carajo le pasaba a mi
mente? Debía estar enloqueciendo.
Él estaba, junto con Franco
y Vladimir, en primer año de primaria, al igual que yo, y para la maldición de
todos, en el mismo salón de clases. Los tres me ignoraron cuando llegué a
clases y me senté. Siempre nos ignorábamos si estábamos en la escuela, era una
regla no escrita.
Para cuando faltaban unos
cuantos minutos para que sonara el toque de salida al receso estaba tan ansiosa
que no dejaba de mirar las manecillas del reloj. Lo que significó que no me di
cuenta cuando Alexa, la niña más odiosa del salón, aventó su goma de borrar
directo a mi cara.
El impacto de la goma en mi
piel sensible fue tan duro que sentí como si el mundo girara a mí alrededor por
unos cuantos segundos. Traté de no hacer ningún movimiento que llamara la
atención de la maestra Grace, porque no importa lo que dijera, a quien
castigaría sería a mí.
Cosas así eran los defectos
de ser la peor enemiga de la niña consentida de la maestra. Cuando el mundo
dejó de moverse para mí, fui capaz de notar las risas de las amigas de Alexa.
Me sentía tan avergonzada de ser el destino de todas las bromas de mal gusto.
Ni siquiera sabía por qué me odiaban, nunca había hecho nada para merecer un
trato tan desagradable.
Héctor, el niño más
encantador del salón (y lo admitía públicamente), me miró con lástima y se
señaló a sí mismo en la mejilla justo debajo del ojo. Dirigí la mano a mi cara
y cuando toqué la parte donde la goma me golpeó casi derramé lágrimas de dolor.
Tuve que haber hecho algún
ruido porque enseguida la maestra caminó hacia mí completamente furiosa por mi
interrupción.
—Deberías de ser menos torpe
y no golpearte con las mesas—dijo en cuanto vio mi mejilla.
—No me pegué a mí misma—respondí
con voz indignada, cosa que aprendí de Tristán, a quien me negué a ver—. Eso es
tonto y sería estúpido, el querer lastimarme a mí misma sería incoherente.
Justo en ese momento la
campana sonó y todos salieron urgentemente del salón, nadie estaba lo
suficientemente loco como para estar cerca de Grace cuando estaba enojada, que
era justamente siempre que estaba cerca de mí.
Dejé a la maestra hablando
sola y salí corriendo sin ningún destino en específico. Las canchas se comenzaban
a llenar de niños que jugaban con balones y los puestos de comida atendían a
los que preferían comprar comida en vez de llevar la suya propia. Decidí
comprar una paleta de helado para aliviar mi mal humor.
Nada me deprimía más que
asistir a la escuela y saber que no tenía ningún verdadero amigo allí con el
que podría hablar cada vez que me sintiera sola. Por alguna razón nunca
conseguía agradar a la gente, siempre me molestaban sin motivo aparente y eso
era algo que no terminaba de entender.
Tristán, Vladimir y Franco
eran harina de otro costal. Pero solo hablábamos cuando estábamos fuera de la
escuela.
Mientras comía una paleta de
grosella, mi favorita, casi me decidí a ir a buscar a Tristán y rogarle que me
hiciera compañía. En vez de eso opté por caminar por la parte trasera de la
escuela, siempre me había gustado esa parte porque había pasto y árboles y era
tranquilo. Lejos de todo el mundo.
—Alanna, ¿Juegas con
nosotros? —dijo una voz detrás de mí.
Se trataba de Alexa, que
junto con sus amigas, Erin y Kelly, me miraban como si quisieran verme sufrir.
También las acompañaban Héctor, David e Irving, los dos últimos eran los niños
más agresivos y revoltosos que había conocido jamás.
Celeste estaba al final del
grupo y lucía temerosa, y tenía razón, con el tiempo había aprendido que estar
cerca de Alexa y Kelly solo significaba terminar lastimada para diversión de
ellas.
—No creo que sea buen
momento—contesté secamente lanzándole una mirada de odio.
—Creo que es exactamente el
mejor momento—dijo y le lanzó una mirada a Celeste. Que para su desgracia era más
miedosa que cualquier ser en el mundo.
Supe que si me negaba,
Celeste sería la receptora de todas las bromas de ella, por lo que unos minutos
que les proporcionara restaría sufrimiento a ella. Aunque eso significara que el
sufrimiento ahora lo recibiría yo. Yo y mi estúpido complejo de ayudar a la
gente y querer salvar perritos callejeros.
—Unos minutos no hacen daño
a nadie—dije finalmente al medir la situación.
—¡Bien! —gritó Alexa—. El
juego se basa en que corran y eviten que los niños nos atrapen, de lo contrario
habrá castigos.
Genial. Su idea de castigo
estaba relacionada con el dolor y la miseria. Especialmente mi dolor y mi
miseria, era lo que la divertía más.
Sin darme cuenta el juego
había iniciado en el momento en que Alexa y las demás estaban lejos. Héctor
mantenía su distancia y junto con David ofrecieron ventaja a Celeste y a mí.
Comencé a correr pero por
impulso la busqué con la mirada y adiviné por el gesto de Irving que le haría
una broma pesada a ella. Me acerqué a ella protectoramente para recibir lo que
sea que él tuviera planeado.
A una corta distancia de
ella, se encontraban sobresalientes las raíces de los árboles, y seguidamente
un pequeño barranco de tierra. Vi el momento en que Irving puso su pie para
hacer tropezar a Celeste. Intenté sostener su mano para evitar que rodara por
la tierra hasta llegar al fondo del hueco de tierra donde había una pared de
ladrillo que marcaba los límites de la escuela.
No fui capaz de hacer que no
callera, pero ella si fue lo suficientemente capaz de hacerme caer con ella. Yo
simplemente caí de rodillas sobre una piedra que se clavó en mi rodilla, por
suerte me aferré a las raíces y evité caer hasta el fondo del pequeño barranco.
Vi rodar a Celeste hasta
chocar contra la pared, su cara estaba llena de rasguños y su ceja sangraba,
tenía cortes en los brazos y piernas y lloraba histéricamente.
—¡Celeste! —. Grité e
intenté cuidadosamente llegar a ella y en cuanto lo conseguí se alejó de mí.
—¡No me toques! ¡Todos
aléjense de mí! —Dijo e intentó pararse.
—¡Busquen algún maestro! —Grité
principalmente a Héctor.
Esperé lo que sentí como
años a que un maestro viniera corriendo a ayudar a Celeste. Por ser la más
cercana, se detuvo para verificar mi estado pero le rogué que primero la viera
a ella.
Llevó cargando a Celeste en
sus brazos hasta la dirección y los seguí para cuidarla.
Los adultos se volvieron
locos por el aspecto que ella tenía, me alejé para no estorbar y a lo lejos
pude divisar a Alexa y a Kelly riéndose. Erin se mostraba indiferente comiendo
un hot-dog.
Detrás de ellas David e
Irving platicaban y toda la ira que sentía me hizo perder el control.
Salí corriendo de allí y al
estar frente a Irving estrellé mi puño contra su nariz y escuché un crujido.
Todo el mundo alrededor se giró sorprendido y antes de que alguien me separara
busqué a David y lo pateé en el estómago. Cayó al suelo intentando tomar aire.
¿Adivinas quién me enseñó a
pelear? Sí, acertaste: Tristán. Eso no quitaba que mi mano doliera como el
infierno
*****
No dije ninguna palabra a la
maestra Grace que me gritaba furiosa, echándome toda la culpa de lo ocurrido.
Alguien mandó a llamar a mi mamá y en lo que esperaba la maestra se negó a
curar mi herida de la rodilla.
—¿Crees merecer el cuidado? —.
Había dicho con un tono de voz que me hizo sentir indigna de cualquier tipo de
atención.
Ella siempre se las
arreglaba para hacerme sentir miserable y eso era algo que no podía
evitar. No presté atención a la mayoría
del regaño que me dio, todo se basaba básicamente en la irresponsabilidad y mis
defectos como persona.
Tiempo después mi Tristán
llegó al salón y escuchó las quejas de la maestra. Me miraba comprensivamente y
eso me ayudo a no llorar allí. Él se veía decidido a estar conmigo en ese
momento, a pesar de nuestra ley no escrita de estar alejados en la escuela.
La situación se fue
resolviendo conforme mi mamá habló con la directora. Decidí que si me hundía,
no lo haría sola.
—¿Por qué aún tienes la
rodilla lastimada? —.Preguntó la directora en cuanto vio que mi calceta blanca
estaba en su mayoría cubierta de sangre. ¡Odiaba la sangre!
—Porque la maestra Grace
dijo que no merecía ningún tipo de atención o cuidado—respondí con la voz más
triste que fui capaz de pronunciar. Lo sé, no era bueno ser vengativa, pero sus
malos tratos me tenían harta.
—¿Qué te paso en la mejilla?
—siguió preguntando con sospecha.
Me tomé un tiempo en
contestar y observé mi entorno, mi mamá estaba furiosa con lo que escuchaba,
probablemente le sacaría los ojos a esa maestra en cualquier instante. Tristán
estaba junto a ella, como un perro guardián, observando atentamente mi rodilla,
su cara delataba culpabilidad por no haberme evitado esa situación, pero él
jamás entendería que lo que sea que me pasara no era su culpa.
Franco estaba en la entrada
de la dirección, también su hermano, Vladimir, quien estaba allí mirándome
extrañamente, como si las cosas hubieran cambiado para todos nosotros. Grace y
varios maestros más estaban reunidos esperando mi respuesta.
Y antes de que mi comentario
se me olvide, por si olvidé mencionarlo, Franco y Vladimir son mellizos. Ambos
se parecen tanto que podrían fingir ser gemelos, lo juro.
—Alexa me aventó su goma,
pero no se preocupen, porque como dice la maestra, esto me sucede porque yo
misma me hago el daño aunque yo le diga que solo un estúpido haría eso—me
aventuré a contestar honestamente.
—¿Eso fue lo que dijo? ¿Qué más
ha hecho? —siguieron las preguntas. Finalmente, era libre de confesarme.
—Muchas cosa, desde castigos
injustificados, malas calificaciones, regaños, insultos…pero todo eso es porque
Grace dice que no soy buena persona y no merezco nada bueno.
Todos me miraron de manera
extraña y por un momento no supe si me creerían o no. Maldición, solo quería
llorar.
—Si me permiten, con todo
respeto, defenderme de lo ocurrido—proseguí contándoles lo ocurrido del
accidente de Celeste—. Y es por eso que le pegué a Irving y a David, no es
justo que solo porque la maestra les permita hacer lo que se les dé la maldita
gana puedan lastimar a alguien. La paciencia de todos tiene un límite y cuando
nos reprimen, cosas como lo ocurrido suceden.
Al final de todo me dejaron
irme a casa y en el coche Tristán se sentó en el asiento de copiloto, yo estaba
en el asiento trasero, con Franco y Vladimir a cada lado mío. Ellos irían a
casa de Tristán, y como él es mi vecino mi mamá llamó para avisar que ella los
llevaría también.
—Mami… ¿Es cierto lo que
dijo la maestra? —dije silenciosamente sin poder detenerme.
—¿Qué cosa, cariño? —respondió
ella dulcemente.
—Ella dice que no merezco
ser querida…yo le dije que nadie podría querer a una puta como ella…y ella dijo
que no merecía nada—lágrimas brotaron de mis ojos y bajé la mirada apenada—. Ella
dice que no merecía vivir, que le quite la oportunidad de vida a alguien digno
de vivirla.
—Todo lo que ella dijo es
mentira, escúchame bien, tu mereces ser amada por quien eres y jamás alguien
podrá opacarte si tu no lo permites.
Después de eso me abrazó y
me sentí protegida y amada, siempre contaría con mi madre cuando hiciera falta.
Y con Tristán, Franco y Vladimir, quienes torpemente me abrazaron.
La maestra Grace terminó
siendo despedida y Alexa y sus amigas fueron castigadas y lo mejor de todo fue
que los siguientes meses los chicos aceptaron jugar cualquier cosa conmigo, supongo
que la culpa jugó un papel importante en sus decisiones, pero finalmente
terminamos formando nuestro grupo. Éramos como los tres mosquiteros, pero con
cuatro integrantes.
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