Alanna
Mayo de 2001
Estaba escondida detrás de
unos arbustos de mi casa, esperando a ser encontrada por mi vecino, Tristán; él
es tan solo cuatro meses mayor que yo, lo que significa el tiempo suficiente
como para que asuma ser más sabio y más genial. Cuatro meses no eran nada, pero
él lo hacía parecer como si a su lado no fuera más que una chiquilla. A sus
ojos nunca seríamos iguales, aun cuando ambos tuviéramos siete años.
Pero qué podía hacer, él
era…él era mi amigo. OBLIGADAMENTE, por supuesto. Desde que tengo memoria hemos
estado juntos, sin tener otra alternativa. Nuestros padres son amigos desde
siempre, y por las malas jugadas de la vida mis padres compraron esa casa a los
pocos meses de que naciera, solo para descubrir que sus vecinos eran nada más y
nada menos que los señores Blake. Así que Tristán y yo hemos sido uña y
mugre…desde que andábamos en pañales.
¿Cuán molesto era eso,
verdad?
Pero bueno, regresando al
punto, aún a pesar de que Tristán decía ser “mayor” jugaba conmigo solo por el
placer de verme feliz y aunque él no lo admitiera, le gustaba pasar tiempo
conmigo (sin que nuestros padres nos “obligaran amablemente” a hacerlo), aunque
eso implicara quedar como un tonto cuando sus amigos, Franco y Vladimir, lo
visitaban para que salieran a jugar cualquiera que fuera el juego que ellos
consideraban de “grandes”.
Yo los llamaba el “Trío de
Idiotas”.
Con todo y eso, ese trío era
lo más cercano que tenía a unos amigos, pero Tristán sin duda era mi preferido,
sin embargo, no lo admitiría aunque tuviera que comer lodo con lombroces. Lo
admito, comer lodo no es algo que quisiera repetir, después de que ese tonto me
retara a hacerlo y yo lo hiciera, pero lo repetiría si fuera necesario. UGH. Lo
sé, ASQUEROSO.
A veces ellos dicen que soy
más niño que niña, solo a veces lo dicen y en susurros, porque cuando los
escucho por lo general ellos terminan recibiendo una pedrada caída del cielo.
¿Qué misterioso, verdad? Ejem…por si te lo preguntabas, yo no era la que los
golpeaba con piedras. Lo juro por las verduras que odio.
Una rama crujió cerca de
donde estaba y tuve que contener la respiración para evitar reírme y delatar mi
posición. Unos pasos sonaban mientras estaba segura que Vladimir se acercaba
para encontrarme. Una mano cubrió mi boca para evitar que gritara y supe que no
era él.
Me espanté inmediatamente
pensando que un desconocido estaría secuestrándome para mutilarme y comerse
algunas partes de mi cuerpo o guardarlas dentro de un refrigerador para poder
admirarlas todos los días, justo como escuché que comentaban Vladimir y Franco
el otro día acerca de una inocente muchacha que le había ocurrido eso. Quizá
mencionaron que fue en una película, pero realidad o no, yo no me arriesgaba.
Supongo que mi pánico debió
de haber sido obvio porque una risa contenida llenó todo el aire. Era la
estúpida risa del tarado de Tristán que se moría de gusto por haberme dado un
susto de muerte.
Por venganza mordí su mano
tan fuertemente que algo de sangre brotó de su herida y él chilló como un cerdo
al ser perseguido. Sentí el amargo sabor en cuanto retiró su mano y comencé a
escupir al suelo haciendo sonidos de asco. Me giré para verlo a la cara cuando
finalmente el sabor desapareció. Él seguía lloriqueando.
—Nunca me vuelvas a espantar
así, idiota—susurré completamente furiosa.
Podía sentir mi corazón
latiendo a mil por hora.
Él se agarró su mano,
mirándola y descartándola inmediatamente para hacerse el valiente, dejándola
caer a un lado. Pero el brillo en sus ojos lo delataba, quería llorar. Él jamás
lloraría frente a mí por lo que ignoré ese brillo lagrimoso delator.
—Esa no es la forma de
hablar de una niña—. Contestó Tristán mirándome con el ceño fruncido.
Otra vez la burra al trigo,
o como sea que se diga.
¿Por qué siempre me decían
que no actuaba como niña? Eso era molesto.
—No me importan los tontos
prejuicios tuyos, hablo como sea que quiera, además tú siempre hablas así—le
recordé haciendo pucheros completamente indignada.
—Pero yo soy grande y tú
eres una niña pequeña y entrometida.
—¡No soy entrometida! —. Grité
y le saqué la lengua. Acto seguido lo pateé en la espinilla. A veces era un
poco violenta con él, lo admito. El pobre necesitaría un psicólogo si
sobrevivía a mi amistad.
Tristán soltó un gruñido que
me recordó al que hacen los perros justo cuando están… a punto de… morder. Ese
pensamiento me llevó a la realidad recordándome que a él no le gusta que le
pegue. Siempre regresaba el golpe pero con más fuerza, algunos de mis moretones
y raspones lo demostraban.
—No gruñas como un perro, me
harás que ría a carcajadas y luego te convertirás en el ogro que me grita que
“no le pegue cada vez que me dé la gana porque no es correcto y blablablá…” no
quiero tu sermón tan temprano en la mañana.
Bajé la mirada apenada,
sintiendo mis mejillas enrojecer, lo que me hizo enojar, recordándome lo
sensible que a veces soy en su presencia. Pasaron los segundos y tuve que
mirarlo de reojo para ver qué le ocurría y lo que vi me hizo enrojecer más.
Tristán me miraba de la
misma manera en que yo lo hago cuando algo me enternece y ese era uno de los
raros momentos en que conseguía que él me viera de esa manera “tan de él”, como
yo la llamaba. Nuestros “momentos” eran algo especiales y sucedían de vez en
cuando.
—Cuidado—susurré de manera
que pareciera como si estaba contando un secreto.
—¿Cuidado de qué? —respondió
confundido.
—Cuidado de ti—me colgué de
sus hombros y me paré de puntillas para estar cerca de su oído—. Si vas por el
mismo camino al que te guía tu mirada, dejarás de ser el ogro gruñón de mis
historias.
Y por primera vez en la vida
hice lo que nunca me había atrevido a hacer.
Ese día, llevada por lo que
mi tierno e inocente corazón me dictaba, acerqué mis labios a la mejilla de
Tristán, el mejor amigo gruñón que tanto adoraba. Y un momento después de
separarme le ofrecí una tímida sonrisa, temiendo que estuviera enojado por mi
arrebato.
Mi querido ogro gruñón me
miraba incrédulo, y lo único que pensaba fue que sabía que lo perfecto de mi
historia siempre fue que mi primer beso fuera con él.
Salí detrás del
arbusto y me fui a buscar a Franco y Vladimir para dar por terminado el juego.
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