viernes, 20 de septiembre de 2013

Capítulo 1

Alanna
Mayo de 2001
Estaba escondida detrás de unos arbustos de mi casa, esperando a ser encontrada por mi vecino, Tristán; él es tan solo cuatro meses mayor que yo, lo que significa el tiempo suficiente como para que asuma ser más sabio y más genial. Cuatro meses no eran nada, pero él lo hacía parecer como si a su lado no fuera más que una chiquilla. A sus ojos nunca seríamos iguales, aun cuando ambos tuviéramos siete años.
Pero qué podía hacer, él era…él era mi amigo. OBLIGADAMENTE, por supuesto. Desde que tengo memoria hemos estado juntos, sin tener otra alternativa. Nuestros padres son amigos desde siempre, y por las malas jugadas de la vida mis padres compraron esa casa a los pocos meses de que naciera, solo para descubrir que sus vecinos eran nada más y nada menos que los señores Blake. Así que Tristán y yo hemos sido uña y mugre…desde que andábamos en pañales.
¿Cuán molesto era eso, verdad?
Pero bueno, regresando al punto, aún a pesar de que Tristán decía ser “mayor” jugaba conmigo solo por el placer de verme feliz y aunque él no lo admitiera, le gustaba pasar tiempo conmigo (sin que nuestros padres nos “obligaran amablemente” a hacerlo), aunque eso implicara quedar como un tonto cuando sus amigos, Franco y Vladimir, lo visitaban para que salieran a jugar cualquiera que fuera el juego que ellos consideraban de “grandes”.
Yo los llamaba el “Trío de Idiotas”.
Con todo y eso, ese trío era lo más cercano que tenía a unos amigos, pero Tristán sin duda era mi preferido, sin embargo, no lo admitiría aunque tuviera que comer lodo con lombroces. Lo admito, comer lodo no es algo que quisiera repetir, después de que ese tonto me retara a hacerlo y yo lo hiciera, pero lo repetiría si fuera necesario. UGH. Lo sé, ASQUEROSO.
A veces ellos dicen que soy más niño que niña, solo a veces lo dicen y en susurros, porque cuando los escucho por lo general ellos terminan recibiendo una pedrada caída del cielo. ¿Qué misterioso, verdad? Ejem…por si te lo preguntabas, yo no era la que los golpeaba con piedras. Lo juro por las verduras que odio.
Una rama crujió cerca de donde estaba y tuve que contener la respiración para evitar reírme y delatar mi posición. Unos pasos sonaban mientras estaba segura que Vladimir se acercaba para encontrarme. Una mano cubrió mi boca para evitar que gritara y supe que no era él.
Me espanté inmediatamente pensando que un desconocido estaría secuestrándome para mutilarme y comerse algunas partes de mi cuerpo o guardarlas dentro de un refrigerador para poder admirarlas todos los días, justo como escuché que comentaban Vladimir y Franco el otro día acerca de una inocente muchacha que le había ocurrido eso. Quizá mencionaron que fue en una película, pero realidad o no, yo no me arriesgaba.
Supongo que mi pánico debió de haber sido obvio porque una risa contenida llenó todo el aire. Era la estúpida risa del tarado de Tristán que se moría de gusto por haberme dado un susto de muerte.
Por venganza mordí su mano tan fuertemente que algo de sangre brotó de su herida y él chilló como un cerdo al ser perseguido. Sentí el amargo sabor en cuanto retiró su mano y comencé a escupir al suelo haciendo sonidos de asco. Me giré para verlo a la cara cuando finalmente el sabor desapareció. Él seguía lloriqueando.
—Nunca me vuelvas a espantar así, idiota—susurré completamente furiosa.
Podía sentir mi corazón latiendo a mil por hora.
Él se agarró su mano, mirándola y descartándola inmediatamente para hacerse el valiente, dejándola caer a un lado. Pero el brillo en sus ojos lo delataba, quería llorar. Él jamás lloraría frente a mí por lo que ignoré ese brillo lagrimoso delator.
—Esa no es la forma de hablar de una niña—. Contestó Tristán mirándome con el ceño fruncido.
Otra vez la burra al trigo, o como sea que se diga.
¿Por qué siempre me decían que no actuaba como niña? Eso era molesto.
—No me importan los tontos prejuicios tuyos, hablo como sea que quiera, además tú siempre hablas así—le recordé haciendo pucheros completamente indignada.
—Pero yo soy grande y tú eres una niña pequeña y entrometida.
—¡No soy entrometida! —. Grité y le saqué la lengua. Acto seguido lo pateé en la espinilla. A veces era un poco violenta con él, lo admito. El pobre necesitaría un psicólogo si sobrevivía a mi amistad.
Tristán soltó un gruñido que me recordó al que hacen los perros justo cuando están… a punto de… morder. Ese pensamiento me llevó a la realidad recordándome que a él no le gusta que le pegue. Siempre regresaba el golpe pero con más fuerza, algunos de mis moretones y raspones lo demostraban.
—No gruñas como un perro, me harás que ría a carcajadas y luego te convertirás en el ogro que me grita que “no le pegue cada vez que me dé la gana porque no es correcto y blablablá…” no quiero tu sermón tan temprano en la mañana.
Bajé la mirada apenada, sintiendo mis mejillas enrojecer, lo que me hizo enojar, recordándome lo sensible que a veces soy en su presencia. Pasaron los segundos y tuve que mirarlo de reojo para ver qué le ocurría y lo que vi me hizo enrojecer más.
Tristán me miraba de la misma manera en que yo lo hago cuando algo me enternece y ese era uno de los raros momentos en que conseguía que él me viera de esa manera “tan de él”, como yo la llamaba. Nuestros “momentos” eran algo especiales y sucedían de vez en cuando.
—Cuidado—susurré de manera que pareciera como si estaba contando un secreto.
—¿Cuidado de qué? —respondió confundido.
—Cuidado de ti—me colgué de sus hombros y me paré de puntillas para estar cerca de su oído—. Si vas por el mismo camino al que te guía tu mirada, dejarás de ser el ogro gruñón de mis historias.
Y por primera vez en la vida hice lo que nunca me había atrevido a hacer.
Ese día, llevada por lo que mi tierno e inocente corazón me dictaba, acerqué mis labios a la mejilla de Tristán, el mejor amigo gruñón que tanto adoraba. Y un momento después de separarme le ofrecí una tímida sonrisa, temiendo que estuviera enojado por mi arrebato.
Mi querido ogro gruñón me miraba incrédulo, y lo único que pensaba fue que sabía que lo perfecto de mi historia siempre fue que mi primer beso fuera con él.
Salí detrás del arbusto y me fui a buscar a Franco y Vladimir para dar por terminado el juego.

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