9 años
después
(En la actualidad)
Muchas
personas dicen que “nunca digas nunca”.
Personalmente
pienso que la persona que hiso célebre esa frase debió de haber terminado muy
mal como para ir por allí diciéndonos inconscientemente que hagamos lo que no
debemos hacer solo por haber dicho que no lo haríamos.
Confuso,
¿No crees?
Psicología
inversa, supongo.
O
quizá solo estoy amargada y frustrada intentando culpar a las demás personas en
lugar de analizarme para descubrir cómo es que hice lo que me llevó a este
momento.
Así
que es eso. Evitaba mi culpa.
“Perdone,
señor por intentar maldecir sus acciones en vida…no, eso sonó mal… disculpe por
maldecir las frases que dijo en vida… sí, eso sonó mejor…espero que descanse
tranquilamente en su tumba” dije mentalmente
hacia quien sea que fuera que haya ofendido por haber maldecido su
frase.
Algo
tonto de hacer, ¿No crees?
Quizá
no tanto.
Así
estoy libre de culpa y el espíritu de quien sea que fuera se levante de la
tumba y venga a hacerme pasar penurias espantándome por las noches.
No
es que crea en los fantasmas, porque no lo
hago, o eso creo.
No
estoy absolutamente segura de nada y creo que estoy divagando.
Si
tan solo esta mañana no me hubiera dejado convencer por José de salir a la
calle a desayunar una torta de tamal, entonces ahora no estaría muriendo de
dolor de estómago.
Si
no me hubiera dejado convencer de que él podía seguir siendo el que era antes de
desviarse por el mal camino, entonces yo no estaría metida hasta la mierda en
estos momentos.
Oh,
pero no todo es su culpa.
Yo
fui quien se llevó la torta a la boca hasta devorarla por completo.
Yo
fui quién siguió a José a lo largo del día, poniendo todas las esperanzas en
que él pudiera ser el de antes. Pero no fue así.
Una
persona no cambia de la noche a la mañana.
Y
yo lo había descubierto por las malas.
“Tonta,
tonta, tonta, tonta, tonta” me dije en voz baja aún con los ojos cerrados.
—¡Dio! Deja de moverte, mia
cara—susurró una voz fuerte y varoníl en mi oído.
Esa voz.
Es la culpable de todos mis males…
o más concretamente el dueño de la voz.
El HOMBRE. Con mayúsculas.
“Y vaya si era un hombre” pensé.
Una risa contenida me advirtió que
lo había dicho en voz alta.
Maldita fiebre que me hacía
delirar.
Maldito hombre que me abrazaba
fuertemente.
Maldito José por haberme
coaccionado a estar en el lugar y momento equivocado.
—¿Dónde está José? —pregunté malformando
las palabras.
Si tan solo todo el mundo dejara
de moverse a mi alrededor.
Unas manos acariciaron suavemente
mi rostro, apartando mi cabello de los ojos.
Tenía que abrir los ojos.
Tenía que ver al dueño de esas
manos.
Tenía que hacer algo.
Pero el miedo me tenia paralizada.
No podía hacerlo, no era fuerte.
—Abre los ojos para mí, mia bella donna—pidió esa voz.
Y
como si mi cuerpo obedeciera a su mandato mis ojos se abrieron.
Sus
facciones eran fuertes, angulosos pómulos, nariz recta y mandíbula cuadrada.
Tenía unos labios carnosos, perfectos para un hombre, no de esos que parecían
como se hubiera hinchado debido a alguna inyección de alguna mierda.
Ese
hombre era perfecto.
Claro,
obviando el hecho de que hasta hace unos minutos estaba apuntando un arma a la
cabeza de José.
José.
Demonios,
¿Cómo puedo olvidarlo a causa de este… este… sexi y caliente italiano mafioso
con cuerpo de Dios griego?
Sus
ojos.
¡Dios,
sus ojos verdes!
Ese
maldito hombre era mi ruina. Ese hombre era como una droga adictiva, porque no
podía dejarlo de ver, a pesar de que con la vista borrosa no pudiera observarlo
como lo merecía.
¿Por
qué tenía que haber especímenes masculinos tan perfectos y jodidos? Es decir,
¡era un loco asesino seguramente, y aquí me encontraba yo, babeando por él!
Quizá
si no lo hubiera visto sosteniendo un arma al que alguna vez fuera el amor de
mi vida.
¡José!
Oh
Dios… aquí me encontraba otra vez olvidándolo.
Pero
es que la sonrisa de suficiencia del bello
italiano…era tan…tan… tan hermosa.
¡Maldita
sea, Soledad, concéntrate!
Sí,
claro… era fácil decirlo…cuando no tenías al sueño de toda mujer frente a ti…
—Dónde está José—exigí orgullosa
de mí por poder hablar sin babear frente a él.
Mmm… quizá si este hombre
estuviera cubierto de chocolate…
¡Mierda, eso si provocaría babeara
cualquier mujer!
—El está bien—respondió secamente
frunciendo los labios. Oh, qué imagen.
—¿Vivo? ¿Con heridas? ¿Sano? ¿Te
han dicho que eres un maldito salvaje, idiota?
Y entonces pensé que no era la
mejor idea insultar a tú captor. Porque me tenía abrazada en contra de mi
voluntad.
“Sí, claro” se burló mi jodida
conciencia de mí.
—Él está sano…¿Tú? No lo
creo—repondió.
Y como si me recordara que me
sentía mal y mi cuerpo lo recordara también…sentí un fuerte dolor en el
abdomen. Era mucho peor que un cólico, pero era casi parecido.
Solo entonces fui capaz de
reconocer el movimiento del carro en el que híbamos. Lo cual no fue bueno, ya
que me mareaba con la facilidad de un bebé al que le das vueltas después de
comer.
¿Iba a vomitar?
Y sí, para mi completo deleite…lo
hice…sobre el italiano.
Sé que no debería haberme sentido
orgullosa de vomitar a una persona encima, y menos a alguien tan guapo… pero
demonios si no se lo tenía bien merecido.
Después de eso y de la maldición
que gritó el italiano perdí la conciencia con la posibilidad de saber que no
volvería a abrir los ojos.
El destino ya no estaba en mis
manos.
No los estuvo desde el momento en
que decidí salir todo el día con José.
Y no lo estuvo desde el momento en
que miré al jodido italiano a los ojos.
—Tranquila, cara, no te dejaré sola—susurró el susodicho y todo se volvió
negro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario