sábado, 21 de septiembre de 2013

Capítulo 1


REENCUENTRO

Mi segundo año de universidad.

Estaba por iniciar otro año más en la universidad.

Ni siquiera podía creérmelo.

Había pasado poco más de un año desde que había visto a Gabriel por última vez. Un año desde que lo abandoné sin más explicación que una carta que me había llevado horas escribir.

Podía recordar lo asustada que estaba.

La señora Brooks llevaba enferma casi un año en aquel entonces, con un cáncer que la consumía rápidamente.

No había podido continuar viéndola morir.

Tanto como amaba a Gabriel, él estaría a su lado hasta el último suspiro de aire. Yo no podía estar presente.

Ella había sido como una segunda madre para mí.

La conocía a ella y a Gabriel desde que tenía uso de razón.

Él y yo habíamos asistido al mismo kínder, a la misma primaria, a la misma secundariay habíamos hecho huelga y berrinches por días con nuestros padres para que nos inscribieran en la misma preparatoria.

Después de eso teníamos planeado asistir a la misma universidad.

Compartir departamento. Vivir juntos. Salir juntos. Ser completamente locos y borrachos juntos.

Íbamos a experimentar de  todo juntos, como siempre habíamos hecho.

No podía recordar mi vida sin él en ella.

En el kínder, en mi primer día de clases, había llorado y pataleado pidiendo a gritos a mi mamá. La maestra había tratado de calmarme y le había aventado un libro a su cabeza. Desde entonces me dejó hacer mi berrinche hasta que me resignara a que estaría allí, sin mi mamá, de ese día en adelante.

Yo me había sentado en una esquina, rodeando mis piernas con mis brazos y recargando mi barbilla en las rodillas. Me quedé viendo a todos, nadie lloraba y me miraban raro.

Fue entonces cuando un niño de cabello negro y ojos grises se levantó de su asiento y caminó hacia mí. Se sentó a mi lado mirándome fijamente con esos ojazos color plata líquida.

——— ¿Por qué lloras? ——me había preguntado.

Lo miré largamente, no segura de sí responder o no.

Algo en él me hacía confiar.

——— Lloro porque estoy sola——respondí con un susurro.

Frunció el ceño y tomó mi mano con la suya.

Sosteniéndola apretadamente.

——— No estás sola…me tienes a mí——contestó con una reconfortante sonrisa.

Entre lágrimas e hipidos le regresé la sonrisa. Estaba segura que entonces tenía el rostro rojo e hinchado, pero él aun así me había visto como si fuera un ángel.

Desde entonces nos habíamos sentado juntos durante el kínder.

Él me defendía de los brabucones.

Yo mantenía alejadas a las chiquillas que le sonreían, sí, incluso entonces él era malditamente guapo. Incluso siendo un niño.

Él se había comido el almuerzo que yo no quería y me daba a cambio el suyo.

Compartíamos todo. Chicles, sí, asqueroso, lo sé. Apretones de mano, nuestro fiel juramento, con saliva en ellas. Dulces. Chocolates. Juguetes.

Él y yo éramos inseparables.

Él siempre jugaba conmigo y soportaba mis estúpidas muñecas.

Yo aprendí a jugar luchas con él.

Yo decía que él era mi esposo. Él me seguía la corriente.

Incluso en una época soportó mi etapa de jugar a las casitas, con bebé y todo. Fue entonces, hace 12 años, cuando ambos teníamos 6 años, que nos dimos nuestro primer beso. Había sido un tierno beso de labios juntados por menos de un segundo, y había sido terriblemente asqueroso en aquel entonces. Juramos nunca besarnos ese día.

Pero los juramentos están para romperse, ¿No es así?

Porque en cada ocasión que podía él me robaba esos tiernos besos durante seis años, hasta que descubrió que era más placentero mantener nuestros labios unidos por más tiempo.

Fue una divertida y extraña experiencia cuando comenzamos a imitar esos besos de telenovela. Él sabía a las enchiladas que había comido antes, y había sido incómodo al principio.

Sí, con la práctica, los besos habían mejorado hasta convertirse en ardientes besos que nos dejaban pidiendo por más y con los labios irritados.

Él nunca había dejado de besarme.

La frente. La mejilla. La nariz. La barbilla. La oreja. Los labios. El cuello.

Él había ido agregando partes de mí que besaba con frecuencia conforme pasaban los años.

Desde el primer día de primaria, él había declarado ser mi novio, nuestros padres se reían y disfrutaban de invitarse mutuamente cada día a comer a sus casas para que él y yo nos calláramos con eso de que queríamos seguir jugando.

Ya no tenía miedo del primer día de clases, porque cada día él me llevaba tomada de la mano hacia el salón que compartíamos. Parecía que la suerte estaba de nuestra parte, permitiéndonos estar en el mismo salón.

Sentarnos juntos siempre fue una costumbre.

Estar juntos en el recreo era nuestra maldita rutina diaria.

Incluso nos las arreglábamos para pasar juntos los fines de semana.

Los años pasaban y cuando llegamos al quinto año de primaria, las cosas comenzaron a cambiar, y al mismo tiempo siguieron siendo lo mismo.

Oficialmente éramos novios.

Toda la escuela estaba acostumbrada a vernos juntos.

Éramos inseparables. Uña y mugre. Chicle y zapato. Pelusa y ombligo.

Nunca hubo nadie más para nosotros y eso estaba bien.

Porque juntos vivimos los cambios físicos del cuerpo, juntos nos desarrollamos, tanto física como emocionalmente. Nos conocíamos de pies a cabeza, de cualquier humor…cada pensamiento.

Éramos almas gemelas.

Habíamos tenido la suerte de encontrarnos desde muy temprana edad.

Nuestros padres habían llegado a aceptar que no habría manera de separarnos ni de impedirnos estar juntos.

Era sí o sí.

No había otra opción.

Él siempre cumplió su palabra, nunca me dejó sola.

Siempre estuvo allí cuando estaba enferma, a mi lado, cuidándome y dándome su atención y amor.

Soportó mis cambios de humor.

Me soportó incluso en esos días donde tenía cólicos indescriptible y mi humor era susceptible. En esos días siempre estuvo allí. Acariciando mi abdomen con la esperanza de disminuir mi dolor. Comprándome helado y chocolates. Ignorando mis groserías. Incluso a veces comprando las toallas sanitarias para mí.

Él era perfecto.

El hombre que toda mujer quiere.

Había sido mío por años, yo había sido de él.

Cuando cumplimos 13 años, la curiosidad a cerca del sexo nos hiso entregarnos el uno al otro. Y a pesar de que había sido horrible, yo sintiendo mucho dolor y él eyaculando dentro de mí, al final me sostuvo y juró nunca volver a intentar tener relaciones. Dos años después incumplimos el juramento.

Cuando éramos niños no encontramos sentido al sexo y con una vez lo abandonamos. Pero con los años se fue haciendo mejor.

Era algo precoz nuestra relación.

Muchos dirían que éramos niños.

Pero era más que eso…éramos dos almas que se complementaban.

Teníamos planes.

Teníamos sueños.

Teníamos esperanzas.

Y yo lo eché todo por la borda.

No pude soportar ver a la señora Brooks morir, no cuando la amaba tanto como una segunda madre, ella era mi suegra, mi amiga.

Maldita sea, la amaba tanto que no podía quedarme sentada viendo su vida abandonar su cuerpo lentamente.

Era una tortura.

Y Gabriel la iba a enfrentar con la frente en alto.

Él era fuerte. Siempre lo había sido.

Desde que su padre los abandonó a ella y a su madre, él se había convertido en el hombre de la casa.

Pero todos los planes, sueños y esperanzas él quería posponerlas un año.

Esperaríamos un año en entrar a la universidad.

Cuidaríamos de su madre hasta el final.

Seríamos el soporte de su pequeña familia, conformada solo por él y su madre.

Pero no pude hacerlo.

Al principio acepté sin dudar.

No era algo que a mis padres les gustara pero me apoyaron.

Un mes después: me fui.

Me largué como una maldita cobarde.

Dejando solo una carta atrás. No fui capaz de mirar a Gabriel a la cara.

Él estaría destrozado…pero viviría sin mí.

Lo amaba más que a la vida misma…pero una parte de él moría junto con su madre. Y yo no podía verlos a los dos sufrir.

Que Dios me condene, yo no pude ser capaz de ver a su madre, una amiga para mí, morir.

Ahora, un año después del día en que mi vida perdió sentido, me encontraba recorriendo los departamentos universitarios que se encontraban a unas calles de la Vanderbilt University, en Nashville, Texas.

Buscando a Natalie, mi mejor amiga, que se mudaba con su novio en algún departamento.

Una anciana caminaba detrás de mí.

Fruncí el ceño. Llevaba siguiéndome desde unas cuadras atrás.

Caminé más rápido. Ella aceleró el paso.

Maldita vieja loca.

——— Niña——llamó ella.

Un escalofrío recorrió mi espalda.

La miré sobre mi hombro.

Parecía una gitana.

Me parece haber visto un puesto algunas calles atrás, lecturas de mano…tarot…cosas en las que yo no creía.

——— Niña…necesitas encontrar lo que perdiste——insistió acercándose a mí.

Ok, me estaba asustando.

Sus ojos de alguna manera parecían idos.

Maldita sea.

Solo eso me podía ocurrir a mí.

Corrí alejándome de ella. Me siguió.

Sí, esto estaba mal. Una puerta estaba abierta, la anciana estaba pasos atrás de mí.

Sin pensarlo entré al departamento y me escondí detrás de la puerta.

Escuché atentamente a que sus pasos se alejaran.

Seguía cerca.

Vieja loca.

Un ruido atrajo mi atención hacia el interior del departamento.

Allí.

El mundo se detuvo.

Saliendo de un cuarto miniatura, del tamaño de una caja, se encontraba Gabriel.

Con toda su hermosura cegadora, esos ojos grises hipnotizantes y ese cabello negro que le daba un aire de chico rudo.

Gabriel.

Parado frente a mí.

Mi corazón se comprimió tan dolorosamente que por un momento creí que dejaría de latir.
Gabriel estaba frente a mí, con un bebé en brazos.

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