PRIMER
DÍA EN EL INFIERNO.
Literalmente.
Así
que…se preguntarán por qué lo decía…
Bueno,
la versión corta es que…carajo, en uno de mis arranques de…locuras…decidí que
odiaba mi vida. Odiaba a la persona en la que me había convertido. Así, tal
cual. Ahora…bueno…estaba…en la calle.
Sí,
no estaba siendo muy específica…
¡Pero,
vamos, estaba en shock!
Creí…la
verdad no sé qué creí…
Pero
siendo honesta no tenía el valor de arrepentirme y regresar con el rabo entre
las patas.
Ya,
lo dije.
—¿En qué puedo ayudarle? —la recepcionista me saca de mis pensamientos. Se trataba
de…por qué negarlo, una prostituta. Al menos, lucía como una.
Miré
sus labios rojos, claramente pintados con un labial de lo más corriente. Hice
una mueca al ver sus grandes y falsos pechos que se desbordaban de su… ¿Vestido?
Vestido, si es que podía llamársele así.
Ok,
¡Esa mujer no tenía ningún sentido de la coherencia…o de la moda, si a esas
vamos!
¿Quién
en su sano juicio se vestiría así?
No,
no me podía quejar…probablemente ella era una mujer sumamente pobre…justo como
yo lo era ahora. Es por eso que estaba en un…hotel de lo más barato y
corriente. Por no decir motel, porque eso sonaba…muy lejos de mis límites, y
necesitaba mi capacidad mental al máximo para averiguar qué haría ahora.
Zapateé
en mi tenis mientras los nervios me inundaban.
Lo
sé, al ritmo en que estaba actuando, no duraría mucho tiempo viva valiéndome
solo por mí misma.
Pero
era necesario…porque, siendo realmente honesta, no tenía ni puta idea de quién
era como persona.
Sí,
yo era una Coleman.
Sí,
yo era la hermana de Vincent Coleman.
Sí,
yo era una niña rica y mimada.
Sí,
yo era una malcriada.
Sí,
aunque me doliera…yo era una perra. Una perra manipuladora.
Y
si…además de eso…no sabía quién era.
Soy
Eva Coleman y…bueno, hasta allí llega mi presentación.
—¿Hola? ¿Estás drogada o algo así? —insistió la puta…digo, la recepcionista, haciéndome una
cara de asco. Oh, genial, ella me tenía asco. ¡VAMOS! Yo no era la que mostraba
sus grandes y horrendas tetas, ni la que tenía complejos de la edad. No era yo
la que usaba un corriente labial de puta. No era yo la que apestaba a perfume
barato. No era yo…ok, me desvié, lo admito, sí…sí…sí…te habrás dado cuenta de
mi corta capacidad de concentración.
—Quisiera una…habitación…por favor—balbuceé mientras me costaba tremendamente sacar las
palabras de mi boca.
Estaba
dudando de mi decisión… ¡Y AÚN NO HABÍA PASADO NI 30 MINUTOS DE QUE LA HAYA
TOMADO!
Y
estaba a punto de tener un ataque de nervios…si me ponía histérica, seguro no
sobreviviría. Ok, nuevamente exagero. Estaba en…el lado pobre de la ciudad….no
en la selva, así que…probablemente la policía me arrestaría por alboroto
público. Y llamarían a mis familiares y todo regresaría a la normalidad. A
excepción de que ahora, si me descubrieran, probablemente me mandarían a un
internado…o una escuela militar…O PROBABLEMENTE UN PSICÓLOGO…O MEJOR AÚN, UN
PSIQUIATRA.
La
gente que conocía no paraba de decirme lo loca que estaba.
Ellos
no me entendían.
—El pago es en efectivo—dijo la señora Pechos de Silicón…o de… ¿plastilina? UGH.
¿Siquiera eran…cómo decirlo…de calidad? Porque déjame decirte que no mentía.
Parecían unas enormes bolas de plastilina amoldada por un niño.
Una
arcada salió de mi boca…
Joder.
Joder. Joder.
¡Si
seguí analizando a la mujer iba a vomitar!
UGH.
Le
di un billete esforzándome por no tocar su mano…solo Dios sabía en dónde había
estado su mano.
Otra
arcada.
—No te atrevas a vomitar en la habitación o juro que haré
que tú misma limpies—me
advierte la… ¿Mujer? SANTA PUTA VACA… ¿Era siquiera mujer?
La
miré atentamente…su nariz era grande…ooooooooooooook…viéndola
atentamente…realmente, realmente parecía un…travesti. JODER. Solo de pensar que
tuviera entre sus piernas un pene y vistiera ese corto, cortísimo, vestido…
—¡UGH! Asco, Eva… eres una maldita perra con una
imaginación demasiado grande para tu linda cabeza—me lamenté en voz baja mientras me abanicaba con la mano
tratando de recuperar el aire.
Inhala.
Exhala. Inhala. Exhala.
—Joder, chica…lo que sea que hayas tomado…no quiero
probarlo nunca—gruñó
la...el…bueno…ya sabes...
Me
lanzó la llave de la habitación mientras se giraba y caminaba al cuarto detrás
de la recepción.
WOOOOOOOOOUUU.
Su
trasero…
Su
trasero era…
Salí
corriendo de inmediato a la habitación siete. Mi número de la suerte, genial.
¿Dónde
demonios había ido a parar?
Mierda…quería
llorar.
Entré
rápidamente en la habitación y cerré de un portazo tras de mí.
Una
cama…un escritorio y una silla…una ¿cafetera?...un pequeño ropero… no había nada
más. Una puerta me llevó a un pequeño y nada higiénico cuarto de baño.
Tiré
mi maleta en el suelo.
¿Ahora
qué?
Me
había apartado de mi anterior vida…puede que me haya ido a los extremos, pero
era lo único que se me ocurría.
Lo
pensé por unos segundos…
Tenía
dinero…
Tenía
ropa…
Tenía
mi dignidad por los suelos…
Tenía…toda
una tonelada de culpa en mis hombros…
Bueno,
ya descubriría qué haría.
Un
golpe me hiso saltar del susto. ¿Qué…?
Otro
golpe más…
Me
acerqué a la pared en la que sonó….
Otro
golpe más…
Pegué
mi oreja tratando de escuchar mejor.
Otro
golpe más…seguido de un fuerte y raro gemido…
Unos
ruiditos y…
—¡JODER, JODER, JODER! Tú y tu puta curiosidad te va a
matar Eva…santas hojuelas…no solo piensas sobre el paquete de ese hombre de abajo
que vestía como prostituta…ahora te acercas a las paredes en un jodido
motel…solo para escuchar a unos animales follar como…UGH—lloriqueé caminando en círculos en el centro de la
habitación.
Habrás
notado que hablaba conmigo misma en voz alta.
Bueno,
todos necesitábamos a alguien que nos escuchara…y nadie quería escucharme…solo
yo misma…y en esos momentos de verdad quería callarme con una mordaza a mí
misma.
Grandes
lágrimas brotaron de mis ojos mientras seguía caminando en círculos.
Cinco
minutos después de mi momento de debilidad (mejor conocido como berrinche…o
ataque de histeria) me acosté en la cama.
Cerré
mis ojos fuertemente.
No
quería pensar en nada. No ahora. Eso lo haría después.
Un
cosquilleo se formó en mi brazo.
Lo
ignoré.
Otro
cosquilleo más se extendió.
Levanté
mi cabeza de golpe… ¿Qué?
—OH POR DIOS…OH POR DIOS…OH POR DIOS…—lloriqueé en voz alta mientras saltaba de golpe de la
cama y sacudía mi brazo frenéticamente—¡MALDITO ENGENDRO DEL DEMONIO!
—JODER…CÁLLATE PERVERTIDA—gritó una voz proveniente de la habitación de los
conejos…digo, pareja. ¿Yo era la pervertida?
Finalmente
la cucaracha cayó al suelo…lejos de mi mano.
Hija
de puta.
¡Se
había atrevido a tocar mi bella piel!
Oh,
ahora estaba enojada.
Correteé
detrás de ella y en un impulso la aplasté de una pisada.
El
crujido viscoso que hiso…JOOOOOOOOOOOOOODER.
—¡GUACAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAALAAAAAAAAAAAA! —chillé haciendo arcadas.
Los
nervios me recorrieron el cuerpo entero y antes de detenerme tuve que ir a
vomitar al baño.
Cuando
terminé me negué a sentarme en el suelo…Dios sabe la cantidad de bacterias que
tiene. Caminé a la habitación. Estaba igual de mugrienta de seguro.
—¿Y ahora qué? —pregunté en voz alta y lastimosa.
Con
todo el asco del mundo…y la dignidad por los suelo, demonios, por el
subsuelo…me acosté en la cama después de una hora de quejarme. Era eso…o dormir
en la silla…o en el suelo.
Sí, era patética.
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