lunes, 23 de septiembre de 2013

Capítulo 4

Michael
Los recuerdos eran una mierda, definitivamente.
El recordar después de tantos años…eso era insano.
Era un jodido pervertido, de eso no cabía duda.
Y estaba loco, eso también.
No solo era malo tener…recuerdos de una mocosa molesta…el hecho de que esa mocosa era la hermana menor de mi mejor amigo y jefe, eso lo hacía peor. Pero lo que definitivamente empeoraba las cosas a un nivel superior, es que esa mocosa fuera: Eva.
El solo hecho de que tuviera a Eva en mi mente…eso era…insano…una locura…un delito…un suicidio.
¿Quién en su sano juicio se metería con ella? Un hombre con deseos de morir, seguro.
¿Pero yo? Yo no tenía deseo alguno de morir…joder, era el hombre más ansioso de la vida que podría alguna vez haber.
Quería…quería…quería sentir cada día que el cuerpo me rebosaba de energía por quemar…que la impaciencia por ver el sol salir me hacía quedar despierto hasta altas horas. Yo sencillamente…quería seguir vivo.
Y Eva era como un parásito…uno que te hacía enfermar y debilitarte hasta absorber cada chispa de vida de ti.
Ella era…absorbente.
Y siendo honesto quería tomarla sobre mi hombro y aventarla al mar con la esperanza de que este la tragara…claro, hasta que ella lo exasperara y el mar la escupiera de sus profundidades, regresándola a la tierra donde nosotros (yo) los mortales tendríamos que sufrir las consecuencias de su existencia.
Tomé un respiro profundo, con la esperanza de calmarme y dejar de maldecir a Eva por un segundo.
¡Incluso estando lejos me arruinaba la vida…y la mente!
Pero no sólo me había arruinado a mí…las consecuencias de sus impulsos estaban aquí…en forma de una completa desgracia.
Siempre quedaría en mi memoria el momento en que todo comenzó.
El mundo debía de estar patas arriba…
Esa era la única explicación del hecho de que Athena y Vincent estuvieran separados…porque, rayos, ellos eran el uno para el otro.
Ellos eran el ejemplo perfecto de lo que el amor debería de ser.
Claro, lo eran hasta que Eva metió sus narices y echó todo a perder.
Viviendo en ese departamento…viendo a Athena sufrir cada día y cada noche…me hacía odiar más a Eva…
Bueno, odiar era una palabra muy fuerte…la despreciaba…despreciaba lo que me hacía sentir.
¿Qué sentía? No tenía la menor idea y no me interesaba saberlo.
Mi vida era perfecta tal cual estaba: sencilla y predecible.
No necesitaba la locura que Eva traía consigo.
El celular sonó sacándome de mis pensamientos. En serio, solo Eva era capaz de hacerme perderme a mí mismo en mi mente. Esa mocosa metiche en todo se metía, incluso en mi mente.
Athena.
¿Por qué marcaba si estaba en el mismo departamento que yo?
—¿Athena, qué ocurre? —pregunté preocupado hasta la médula.
Unos ruidos extraños aparecieron al otro lado de la línea…
¿Qué…?
—Estoy en el baño…necesito…ir al hospital…por favor…ven…rápido—respondió ella en susurros entrecortados.
No necesitaba decir más, en menos de un suspiro estaba abriendo la puerta del baño…no sé qué esperaba ver…
Tampoco sabía si esperaba algo…
Pero ver a Athena en esa situación….me detuvo por completo por el impacto. Joder.
El pánico me consumió por un instante al verla tan demacrada…sosteniéndose de la puerta de la ducha…y la sangre…Dios santo, la sangre. Nunca nadie debería de vivir algo así. Era horroroso.
—Dios mío—susurré asustado hasta la mierda.
De modo automático la tomé en brazos mientras trataba con todo mi ser de poner todo el cuidado de no lastimarla pero sin dejar de avanzar, y casi correr, hacia el carro. Un minuto estábamos en el departamento y al siguiente la depositaba en el asiento del carro. Solo quería llevarla rápidamente al hospital. Dios, la sangre. ¿Era normal? No debía de serlo. Jesús.
—Enseguida llegamos—dije apresuradamente al verla mirar su vientre con una mirada que casi me hiso querer llorar como un bebé allí mismo, de no ser porque ella dependía de que yo mantuviera la cordura en un momento así lo habría hecho.
 Marqué el teléfono de la doctora, respondí en modo automático cada pregunta.
Juro que todo sucedía a la velocidad de la luz.
Ella siendo ingresada.
Yo proporcionando toda la información posible.
Ella siendo preparada de urgencias.
El inevitable anuncio de un parto prematuro.
Yo preparándome para entrar al quirófano y verla allí, con la bata de hospital y todos los doctores revoloteando. Mierda. No podía dejarla sola.
Había visto cosas peores en mis años de formación, pero nunca nada me asustó tanto como sostener la mano de Athena mientras los médicos trabajaban en ella para sacar a los bebés.
Sí, literalmente estaba que me cagaba de miedo al presenciar tal cosa.
Y Vincent aun no llegaba.
Y era como estar presenciando una escena en cámara lenta. No sabía qué ocurrió, no terminaba de procesar lo que veía.
Pero los llantos fueron como un balde de agua fría para mí, me regresó a la realidad…para presenciar el mayor dolor que alguna vez podría presenciar una mujer: ver nacer a su hijo muerto.

La expresión de Athena y Vincent al saberlo, jamás lo olvidaría.

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