Michael
Los
recuerdos eran una mierda, definitivamente.
El
recordar después de tantos años…eso era insano.
Era un
jodido pervertido, de eso no cabía duda.
Y
estaba loco, eso también.
No solo
era malo tener…recuerdos de una mocosa molesta…el hecho de que esa mocosa era
la hermana menor de mi mejor amigo y jefe, eso lo hacía peor. Pero lo que
definitivamente empeoraba las cosas a un nivel superior, es que esa mocosa
fuera: Eva.
El solo
hecho de que tuviera a Eva en mi mente…eso era…insano…una locura…un delito…un
suicidio.
¿Quién
en su sano juicio se metería con ella? Un hombre con deseos de morir, seguro.
¿Pero
yo? Yo no tenía deseo alguno de morir…joder, era el hombre más ansioso de la
vida que podría alguna vez haber.
Quería…quería…quería
sentir cada día que el cuerpo me rebosaba de energía por quemar…que la
impaciencia por ver el sol salir me hacía quedar despierto hasta altas horas.
Yo sencillamente…quería seguir vivo.
Y Eva
era como un parásito…uno que te hacía enfermar y debilitarte hasta absorber
cada chispa de vida de ti.
Ella
era…absorbente.
Y
siendo honesto quería tomarla sobre mi hombro y aventarla al mar con la
esperanza de que este la tragara…claro, hasta que ella lo exasperara y el mar
la escupiera de sus profundidades, regresándola a la tierra donde nosotros (yo)
los mortales tendríamos que sufrir las consecuencias de su existencia.
Tomé un
respiro profundo, con la esperanza de calmarme y dejar de maldecir a Eva por un
segundo.
¡Incluso
estando lejos me arruinaba la vida…y la mente!
Pero no
sólo me había arruinado a mí…las consecuencias de sus impulsos estaban aquí…en
forma de una completa desgracia.
Siempre
quedaría en mi memoria el momento en que todo comenzó.
El mundo debía de estar patas arriba…
Esa era la única explicación del hecho de que
Athena y Vincent estuvieran separados…porque, rayos, ellos eran el uno para el
otro.
Ellos eran el ejemplo perfecto de lo que el
amor debería de ser.
Claro, lo eran hasta que Eva metió sus
narices y echó todo a perder.
Viviendo en ese departamento…viendo a Athena
sufrir cada día y cada noche…me hacía odiar más a Eva…
Bueno, odiar era una palabra muy fuerte…la
despreciaba…despreciaba lo que me hacía sentir.
¿Qué sentía? No tenía la menor idea y no me
interesaba saberlo.
Mi vida era perfecta tal cual estaba:
sencilla y predecible.
No necesitaba la locura que Eva traía
consigo.
El celular sonó sacándome de mis
pensamientos. En serio, solo Eva era capaz de hacerme perderme a mí mismo en mi
mente. Esa mocosa metiche en todo se metía, incluso en mi mente.
Athena.
¿Por qué marcaba si estaba en el mismo
departamento que yo?
—¿Athena, qué ocurre? —pregunté preocupado
hasta la médula.
Unos ruidos extraños aparecieron al otro lado
de la línea…
¿Qué…?
—Estoy en el baño…necesito…ir al hospital…por
favor…ven…rápido—respondió ella en susurros entrecortados.
No necesitaba decir más, en menos de un
suspiro estaba abriendo la puerta del baño…no sé qué esperaba ver…
Tampoco sabía si esperaba algo…
Pero ver a Athena en esa situación….me detuvo
por completo por el impacto. Joder.
El pánico me consumió por un instante al
verla tan demacrada…sosteniéndose de la puerta de la ducha…y la sangre…Dios
santo, la sangre. Nunca nadie debería de vivir algo así. Era horroroso.
—Dios mío—susurré
asustado hasta la mierda.
De modo automático
la tomé en brazos mientras trataba con todo mi ser de poner todo el cuidado de
no lastimarla pero sin dejar de avanzar, y casi correr, hacia el carro. Un
minuto estábamos en el departamento y al siguiente la depositaba en el asiento
del carro. Solo quería llevarla rápidamente al hospital. Dios, la sangre. ¿Era
normal? No debía de serlo. Jesús.
—Enseguida
llegamos—dije apresuradamente al verla mirar su vientre con una mirada que casi
me hiso querer llorar como un bebé allí mismo, de no ser porque ella dependía
de que yo mantuviera la cordura en un momento así lo habría hecho.
Marqué el teléfono de la doctora, respondí en
modo automático cada pregunta.
Juro que todo
sucedía a la velocidad de la luz.
Ella siendo
ingresada.
Yo proporcionando
toda la información posible.
Ella siendo
preparada de urgencias.
El inevitable
anuncio de un parto prematuro.
Yo preparándome
para entrar al quirófano y verla allí, con la bata de hospital y todos los
doctores revoloteando. Mierda. No podía dejarla sola.
Había visto cosas
peores en mis años de formación, pero nunca nada me asustó tanto como sostener
la mano de Athena mientras los médicos trabajaban en ella para sacar a los
bebés.
Sí, literalmente
estaba que me cagaba de miedo al presenciar tal cosa.
Y Vincent aun no
llegaba.
Y era como estar
presenciando una escena en cámara lenta. No sabía qué ocurrió, no terminaba de
procesar lo que veía.
Pero los llantos
fueron como un balde de agua fría para mí, me regresó a la realidad…para
presenciar el mayor dolor que alguna vez podría presenciar una mujer: ver nacer
a su hijo muerto.
La expresión de Athena
y Vincent al saberlo, jamás lo olvidaría.
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